No fue una noche
cualquiera, no fue un día cualquiera, había un pueblo herido en su
sensibilidad, unido por condescendencia para con sus hermanos que viven horas
amargas, víctimas de un injusto sufrimiento extremo. Gente que ha sido
castigada con el juicio final adelantado y la ira despiadada del cielo que ha
descargado su furia cruel inundando sus hogares, perdiendo sus seres queridos y
enterrado en un lodazal sus esperanzas de vida. Peruanos que han visto
desaparecer ante sus ojos su pasado y su presente, viviendo un panorama de
desastre y consternación, que ha calado hondo en el sentimiento de un país, que
se encuentra más unido que nunca contra la desgracia.
Y ese pueblo entero
se vistió de blanquirrojo, tomó su bandera de la ilusión eterna abarrotando la
grada de nuestro remozado Estadio Nacional, uniéndose en un solo abrazo, entonando
un himno nacional histórico y vibrante, sintiendo latir en la sangre ese minuto
de silencio conmovedor, que para el equipo bicolor significó una inyección de ánimo
y confianza, en un acto simbólico de desagravio para esa gente que sufre y que
lo ha perdido todo y para ese hincha peruano, que se hizo más mortal y más
humano. Y es que el fútbol es así de único, es el deporte que tiene el poder de
unir y desunir emociones distintas, juntar pueblos y deshacer diferencias, quizás
no pueda solucionarlo todo, pero es un aliciente para calmar la angustia,
apaciguar el alma y complacer al corazón.
Y nuestra selección
se hizo pueblo, se hizo esperanza, tuvo una motivación diferente, para intentar
hacer un partido de 8 puntos con rendimientos parejos, jugando más con la
cabeza y el raciocinio que el propio sentimiento y el corazón. En estas
instancias de eliminatoria, los segundos partidos, tienden a definirse en los 20
minutos iniciales, el desgaste obliga a resolver y después aguantar. Perú con
su historial disparejo de primeros tiempos terroríficos, ha tenido el
temperamento y la rebeldía, como factores que han consolidado una forma de
jugar y afrontar las dificultades que se dan en todo partido. Gareca, gran
admirador de la técnica del futbolista peruano, ha potenciado la mentalidad de
sus jugadores, hoy tiene un equipo con recursos escasos, pero que pelea siempre
y no renuncia nunca, quien sabe lo más rescatable del “tigre”, sea la exigencia
de tener claro que el resultado es el objetivo primordial y hay que meter,
luchar, batallar y neutralizar al rival, pero jamás dejar de JUGAR, fiel a
nuestro estilo, a nuestra costumbre y devotos de nuestra identidad.
Uruguay llegó a
Lima con el ojo morado, el labio roto y el orgullo magullado, Brasil había
hecho una fiesta en su propia casa y se había divertido a sus costillas. Perú
en cambio venía de saborear un resultado esquivo, cuando todo apuntaba a pintar
una acuarela de regocijo. Los charrúas venían a remendar una mala racha,
hicieron su apuesta con gente experimentada en el medio para neutralizar la
creación de juego peruano, asfixiar a Cueva y aislar a Paolo, sometiendo los
espacios que queden de las divididas, para que arriba Luisito sea el
“pistolero” letal cuando se encuentre con Cavani. El aguante celeste, era lo
opuesto al zarandeo que el equipo de Gareca propuso en el arranque. El triunfo
para Perú no era una simple necesidad, más allá de una urgencia de puntos, era
una obsesiva y extremada obligación.
El fútbol moderno
demanda hoy en día, mucho músculo, dinámica, velocidad y precisión, ninguno es
excluyente y para la confrontación de alta competencia es una exigencia que la
mayoría de jugadores sudamericanos desarrolla en Europa, en cambio para los nuestros
son muy escasos, no tenemos tantos en ligas competitivas y tampoco en la
continuidad que se quisiera. Nuestros recursos resultan exiguos, si nos medimos
con planteles que juegan con su libro de historia bajo el brazo. Uruguay
resulta un rival de fuste, desde la categoría de sus jugadores de renombre y su
legado que siempre produce un respeto innegable. Pero en el fútbol, no hay que
confundir el respeto con el temor, la mejor forma de respetar al rival es
superarlo y ganarle con las mejores armas.
Y en la cancha Perú
superó a un Uruguay corajudo, utilizando el plan más adecuado, prevaleciendo la
posesión del balón y el control del juego, pero sobre todo por la eficiencia y
precisión para su traslado. Ante un rival que volcaba sus hombres copando el campo,
el arma letal fue el balonazo largo buscando a Guerrero a las espaldas de los
centrales, jugando en campo celeste con el toqueteo avispado en tres cuartos de
cancha de Carrillo, Cueva y Flores. Abajo otra vez el “mudo” Rodríguez, siendo
ese Ángel que se suspendía en el aire y ganando todas por arriba y Araujo, sin
tener nada de novel, jugando como experimentado. Un planteamiento inteligente
para abrir la cancha, presión alta a los volantes de primera línea, Vecino y el
“tata” González, cerrando las bandas para evitar las subidas de Pereira y
Fucile, originando que Suarez y Cavani no reciban balones limpios. La idea no
era poner todas las armas en anular a Luisito, fue mejor decisión taponear a quienes
suelen lanzárselos. Entonces Perú hizo un fútbol que más vistoso o agradable a
los ojos, fue primordialmente fructífero y eficaz.
Punto aparte para
nuestro Paolo Guerrero. Tan nuestro que lo sentimos como un patrimonio
nacional, es tremendamente conmovedor como se transforma cuando se pone la
bicolor, pareciera que se enfunda de un vigor y potencia extremo. Se viste de
gladiador y más que jugar, pareciera que luchara por su tierra y por su gente. Tuvo
una primera jugada excelsa. Trauco le pone el pie abajo para templar la pelota
y en el aire Paolo la domina con su botín derecho y antes que caiga define ante
Muslera, caprichosamente no entró, pero por la plasticidad de la jugada mereció
otra suerte, que de seguro estaría entre los goles de élite mundial. El empate
fue una jugada calcada, Yotun muy lúcido, suelta un pase celestial que
encuentra a Paolo y Godin palmo a palmo. Guerrero pone la cabeza y supera al
uruguayo dejándolo desparramado con todo y su cartel, para definir de manera
despiadada, segura y letal. Una daga asesina que se clavó en el arco “charrúa”
y levantó todo un país. Que sería de nosotros sin Paolo, de seguro que en el
tiempo, cuando ya no esté en la selección, más allá de extrañarlo, asumiríamos que
hubo un antes y un después de Paolo Guerrero.
Otro que se ha
trasformado en este equipo de Gareca es Jhosimar Yotun. Veloz, sagaz y muy preciso
para recuperar y dar el primer pase seguro, se ha hecho un exiguo lanzador. Si
antes fue una alternativa, hoy resulta una admirable realidad, pues el aporte del
zurdo le da un aire distinto a un equipo que le cuesta adaptarse a la
modernidad del juego, que exige dinámica y velocidad. De igual forma el aporte
del “oreja” Flores, es admirable por como adiciona al equipo el desgaste en su
recorrido al que le agrega fútbol y eficacia de cara a la red. Hizo el segundo
en un momento crucial del partido, pero perdió otro que pudo ser de antología,
cuando se encontró frente a Muslera y decide bien por sombrearla, pero ejecuta
mal, al pegarle muy abajo. Ese 3-1 nos hubiera evitado estar al borde del
infarto, cuando ese balón pegó en el travesaño y el árbitro no cobra el penal
de Polo. Esta vez tuvimos al árbitro de buen amigo y a la virgen de la buena
ventura detrás del arco.
Este triunfazo ha
dejado alegría dispersa entre un pueblo que llora su desgracia, primero por la
forma como se ha conseguido y también por la jerarquía del rival. Pero hay que
ser conscientes que nuestras limitaciones nos obligan a tener que pelear siempre,
no alcanza por ahora nuestra realidad, aunque la tabla clasificatoria se haya desbaratado
y cualquier cosa pueda suceder, aún estamos lejos de hacer realidad el sueño.
Pero hay que reconocer que la mayor virtud que tienen los peruanos, es su
fortaleza para asumir la adversidad como punto de partida para resurgir de
entre las cenizas o el barro de un huayco, en ello el fútbol suele ser un bálsamo
y un factor anímico que alimenta el espíritu de su gente, para recuperarse de
forma valiente, con coraje, uniéndose en un solo puño y haciéndose una sola
fuerza.
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