Para ganarle a esta Argentina sin Messi, la tarea
estaba escrita en la pizarra: Hacer un partido correcto, abrir la cancha y
aprovechando que el genio estaba guardado en la lámpara, buscar que el rival se
haga largo, que deje huecos en medio y posicionarse para generar juego. La
ayuda adicional vino desde el propio banco rival, Bauza imaginó un Perú
refugiado atrás y puso más delanteros que hombres pensantes, ideando forzar al
error defensivo, pero solo le duró casi media hora, porque después se jugó como
lo quiso Gareca, poniendo la bandera en el medio y haciendo visible que le
sobraba un delantero al “patón” y otro le faltaba al “tigre”. Una disputa del
balón, con vértigo, con entrega, mucha adrenalina, pero demasiada imprecisión.
Otra vez el recuperar una pelota para perderla dos veces, acercarse al arco de
“chiquito” pero fallando en la instancia final. Otra vez esa falencia de
categoría para ser determinantes en el momento justo. Otra vez los errores de
pelota parada y las dudas de siempre, otra vez a remar contra corriente.
Y aquí hay que poner en mayúsculas, subrayado y en
letras negritas, el nombre de PAOLO
GUERRERO. Tan discutido por esos altibajos emocionales que suelen
sacarlo de contexto en su equipo, en su ánimo y en su perfomance semanal, pero
como se transforma, cuando se pone la blanquirroja, es realmente increíble.
Parecía que no terminaba el primer tiempo y salió para el segundo con un nuevo
aire. Ganando arriba, jugando, mandando e imponiendo su personalidad con el
balón en los pies. Recibe un centro perfecto de Trauco – que ya debe estar en
agenda internacional- amortigua como una almohada el balón con el pecho, le
pone el hombro a Funes Mori, que queda desairado con su 1.85 mts y 78 kgs,
cuenta mentalmente los segundos que le asisten a su instinto asesino y descarga
un balazo, certero, en la frente de Romero que yace y sucumbe, junto a su
compañero, mientras el “depredador” desata su euforia, mostrando los dedos de
pistolero, mirando de reojo su obra consagrada, un pedazo de gol de macho, de
CRACK, de Guerrero, como se viste siempre, cada vez que esa banda roja, cruza
su pecho escarlata, como si estuviera tatuada a su piel.
La igualdad nos duró, quizás lo que dura siempre
nuestra seguridad, o lo que nos alcanza con nuestras fortalezas, cuando mejor
se veía el panorama, cuando estábamos a tiro de gracia, a un paso de encender
la mecha de la antorcha del triunfo, salió a relucir, esa tan gastada y
trillada categoría, patrimonio de otros, falencia de los nuestros. Ese instante
cuando se requiere jugar con la cabeza y ejecutar con los pies. Ese momento
crucial en que el “Pipita” Iguain, con todos los años y los kilos demás, define
como no lo hizo ni en el mundial y la Copa América. Otra vez los miedos, otra
vez la decepción, otra vez a rezarle a San Paolo.
Gareca tira toda la carne al asador, Beto Da Silva y su
presencia, para forzar la salida argentina y Ruidiaz para quemar el último
cartucho. Mascherano, demostrando que es más humano que el Papa Francisco, se
equivoca y Paolo arremete al área forzando el penal que Cueva define con
categoría y convicción. Se tuvo que levantar la carpa de nuevo, poner los
ladrillos otra vez uno por uno, nos tiraron las agujas y el reloj mezquino,
corrió más rápido que los jugadores. No alcanzó para más, nos quedamos otra vez
desvalidos de resultados, orgullosos más que felices. Otra vez celebrando un
empate, otra vez contra Argentina en otro “pudo ser”, acaso y sirva de consuelo
que sus medios periodísticos entronizan a un Perú que mereció el triunfo y que
sin Messi, sus nombres son fantasmas. Acaso y se vea sustentada nuestra apuesta
por esta generación, que parece haber perdido el miedo a competir, sin importar
cuán grande sea el rival de enfrente, un equipo que pelea cuando no puede jugar
y se rebela más de la cuenta ante lo adverso, un grupo que va entendiendo que
si no se puede ganar un partido, se debe hacer todo lo imposible para no
perderlo
Hay mas para aplaudir que para consolar. Paolo y su
entrega total, Cueva en toda la dimensión de ductilidad, atrevimiento y
movilidad, desequilibrando siempre y siendo el eje donde gira el accionar
peruano. Trauco, cada día consolidándose como un jugador de exportación, con
una clara lectura del juego, vivo para la marca escalonada, rápido para las
coberturas, la trepada vertiginosa y con la sutil pegada que tiene con el
guante de su botín zurdo. Corzo, tan resistido, pero tan peleador callejero
como se necesitaba, con sus limitaciones pero aguerrido al 100%. Por otro lado Tapia
y Yotun, sin hacer 8 puntos parejos cumplieron en la recuperación y la salida
limpia, Gallese que puede estar en crítico momento, pero igual se infunde de
seguridad con la selección. Todos cumplieron en el ensamblaje, nos quedaron
algunas actuaciones pendientes, como la pareja de centrales Ramos y Rodriguez, o
el “oreja” Flores y Ruidiaz que no anduvieron finos en la definición.
El hincha peruano, ese que no encontraba manera de hacerle
frente a la Argentina, se muerde los labios de impotencia y minimiza a esta
selección gaucha que sin Messi, parece sin rumbo, le tira adjetivos hirientes,
pero no valoriza el buen trabajo táctico hecho por la bicolor, no razona que un
equipo juega hasta donde el rival lo permite. Este hincha solo hace caso a su
euforia y le cuesta entender que en el fútbol de hoy, hay que ser atrevidos y
creérnosla un poco, en no soñar despiertos, claro, pero aterrizar la idea que
los partidos contra cualquiera, hay que jugarlos primero y no se pierden antes
de entrar a la cancha. El hincha peruano, es consciente que queda un camino
harto espinoso y que la cima se ve cada vez más lejos, pero no claudica y
vuelve a generarse confianza, se olvida de este sinsabor y de nuevo se llena de
patriotismo para soltar sus deseos escondidos. Y es que contra Chile, más allá
del tema futbolístico, para los peruanos no solo se juega el orgullo, se juega
el honor y hasta la dignidad.
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