No caido, solo desplomado

A estas alturas quien podría discutir que estas eliminatorias sudamericanas, son las más duras del mundo. Jugar espaciadamente, con jugadores que solo tienen 5 días de integración antes de cruciales encuentros y un DT que si bien es cierto cuenta con algunos meses para diseñar una estrategia, tiene poco tiempo para ejercitarla. Debe evaluar entonces como vienen física y mentalmente, además de su nivel competitivo, según su realidad debe tomar decisiones por pensamiento antes que por convencimiento. Difícil misión para los que carecen de ese universo de jugadores de jerarquía y sobre todo con kilometraje y horas de vuelo, vital para este tipo de partidos.
 
Y la realidad de estas eliminatorias muestra que solo Brasil -que anda en un estado de gracia- se consolida en el puntaje perfecto, con un futbol de ensueño, juega y encanta, pero también arrasa y aplasta al rival, sea en el Maracaná o el mismísimo Centenario de Montevideo, en gran parte porque ha encontrado la cohesión de un grupo de talentosos que juegan a un ritmo impresionante, encabezados por un Neymar, que está en la edad y el momento justo para pasar de ser líder a luminaria, porque Crack ya es hace rato. Este Brasil de Tité, a su talento innato le puso vértigo y juego parejo, pasa de primera a la quinta marcha de manera extraordinaria, con una dinámica y velocidad que es muy difícil de parar. Este Brasil, pareciera haber retomado su esencia natural, a la cual le ha agregado la fortaleza mental y la recarga muscular necesaria para apuntalar esa nave verdeamarella, que pareciera ya tener asegurada una suite en Rusia, donde buscará resarcir aquella vergüenza marcada en el alma, desde aquel mundial del 2014.
 
Son esos los momentos que tiene el fútbol -rachas que le dicen- tiempos que pueden ser cortos o espaciados y que equipos como Argentina, Uruguay, Colombia, Chile o Ecuador, no consiguen hasta ahora esa continuidad en juego ni en resultados como anteriores eliminatorias, donde a estas alturas ya se vislumbraban las diferencias. Hoy anda todo emparejado, aun y cuando los países referentes tienen jugadores regados por el mundo y en niveles de competencia superlativos, a veces pareciera que ello no basta, pues cada fecha doble debe programarse para jugar un partido con la cabeza y el otro con el corazón. Los resultados dicen que se puede tener un buen equipo, pero lleva ventaja aquel país que tengan un gran plantel, aunque ni siquiera Argentina con el mejor del mundo en sus filas, puede respirar tranquilo, pues ha comprado boletos de oferta para Rusia, pero hasta el momento, solo figura como pasajero en lista de espera.
 
Y Perú, nuestra selección, es un punto aparte, un párrafo excluyente, una clausula extracontractual fuera del contrato de adhesión sentimental que tiene con el hincha, con su gente con su pueblo. Jugadores sin continuidad, nombres que los fines de semana llenan portadas, pero que con la selección enfrentan otra realidad, otro escenario. Y a diferencia de otras selecciones, los nuestros muchas veces juegan más con la pasión, que la propia capacidad que le brinda su talento. Gareca nos ha acostumbrado a plantear equipos de acuerdo al rival, ha sabido recomponer en el camino las adversidades del juego y los errores que muchas veces son atribuibles a casos individuales, pero que deterioran el colectivo. Pero siempre ha estado presionado a imponer los nombres por encima de los hombres, por una cuestión de urgencias y resultados, en la cual le cuesta demasiado tomar riesgos.
 
Contra Venezuela, que tiene la suerte echada, este 2-2 por la forma como se dio tiene sabor amargo a derrota. Contra un equipo joven y tan veloz como el venezolano, es difícil enfrentarlo desde el inicio saliendo como una tromba, es mejor ser cauteloso, bajarle las revoluciones y hacer de la pausa y la paciencia nuestras armas. El planteamiento de Gareca fue irreal, una cancha mojada y césped disparejo, no es mejor escenario para tocar rápido, el partido estaba más para disponer la actitud como equipo que desarrollar la aptitud o capacidad individual. Y si a esto se le agregan goles en contra, mas por errores nuestros que virtudes del rival, todo se pone cuesta arriba, es la figura repetida de los últimos partidos y otro primer tiempo para el olvido. El segundo nos muestra de lo que es capaz Perú cuando toma decisiones, cuando se planta bien y arriesga con criterio, a pesar de las adversidades, logra emparejar y superar en juego, en capacidad, pero si la superioridad no se deja sellada en la red, lo que se dibuja en el verde solo sirve para la anécdota.
 
Nombres para resaltar, “Oreja” Flores y su madurez para trabajar los espacios, lo de Cueva y su constancia para mostrarse siempre, aunque la del último suspiro, cuando pudo ser héroe, decidió en dos segundos ser villano. Paolo letal cuando se devolvió a su hábitat, el área chica y dejó de deambular alejado del arco buscando hacer juego, fuera de lo suyo, el gol. Carrillo, si quisieras Carrillo, no serías una “culebra” que zigzaguea alegre y coquetona, si quisieras Carrillo, serías una cobra asesina, letal, calculadora y veloz para el ataque mortal. Solo si tú quisieras. Un equipo blanquirojo que sacó a relucir otra vez rebeldía, para levantarse de entre lo adverso y estuvo tan cerca de revertir una realidad, pero que nuevamente esperó el primer golpe para reaccionar y se quedó al final, como siempre, con el “pudo ser” y el lamento del “hubiera sido mejor”.
 
En el fútbol el resultado es el Dios, estamos demasiado cerca tanto para levantar la mano y decir adiós, como para hacer un puño y volver a la carrera. Pero viene al caso nuestra modesta posición inicial: No vamos a ir al mundial, no lo merecemos, no tenemos con qué, no tenemos competitividad colectiva, salvo algunas individualidades. Empezaremos a creer que es posible, cuando veamos que nuestros equipos logran competitividad y pasen al menos una fase de Libertadores o Sudamericana, cuando nuestra Sub-17 o Sub-20 clasifiquen a un mundial, demostrando que se está trabajando en serio nuestro futuro, cuando los progresos de los vecinos no nos sean ajenos y cuando por fin se entienda que al mundial solo se llega con planificación y competitividad.
 
Como peruano, solo queda seguir brindando el aliento constante a nuestra selección, somos luchadores por naturaleza que ponderan los logros desde la tragedia, es nuestra idiosincrasia, como País, como sociedad, en esas circunstancias nos unimos, nos hermanamos, pero nos dura tan poco, que cuando pasa todo, volvemos a ser los mismos peruanos de siempre, los mismos ciudadanos desentendidos y los mismos hinchas del fútbol, que exigimos más de lo que tenemos y pretendemos hacer realidad ese sueño mundialista que sobreviene cada vez que se empieza una nueva eliminatoria, finalmente a pesar de la realidad, seguimos siendo ese hincha que asume hoy que su equipo no está caído, solo se ha desplomado.
 
 
  
 

 

Barça Espectaculé

Que sublime resulta hoy el fútbol, cuando la nostalgia deja asomar los recuerdos de una jornada épica que nos regaló un Barcelona de Champions, en una grandeza de partido, primero por lo épico y después por lo trascendente que va a ser para el futuro. Y es que resulta tan difícil no dejar de conmoverse viendo nuevamente las imágenes de esos instantes finales, con un Barça jugado a muerte, en un asedio absolutamente descarnado, con Piqué jugando de 9 y a Ter Stegen de volante central, quitando un balón milagroso cuando el tiempo se extinguía. Un Messi desacomodado, aprisionado entre tantas piernas, un Luisito jugando con lágrimas en los ojos, mordiendo una angustia que carcome su raza y un Neymar prodigioso, excelso, extraordinario, pidiendo el cetro de nuevo Rey de Catalunya, haciéndose tan trascendental para generar la remontada, incluso cuando ya las fuerzas abandonaban a sus compañeros y la ilusión se desvanecía como agua entre los dedos. Neymar ha conseguido ser un crack entre tanto monstruo, le faltaba un partido como este para que se pinte como el próximo líder del futuro Barcelona.
 
Difícil entender como a uno nuevamente se le hiela la sangre, cuando Cavani puso la daga en la garganta para el 3-1 y esos dos mano a mano que pierde y nuevamente se paraliza el aliento cuando Mascherano recibe el perdón de Dios, por esa heroica como suicida barrida ante Di María, en lo que hubiera significado un masivo ataque cardiaco a los cien mil hinchas culés que empujaban el balón al arco contrario y una conmoción sentimental para todos los que se pusieron la camiseta del Barça en el mundo entero. Y es que aún siguen en carne viva las emociones vividas y que seguirán estremeciendo el sentimiento de los amantes del fútbol, por mucho tiempo, de ese fútbol que nos acostumbró el Barcelona, aunque sea una versión diferente al que defendía con el balón y era efectivo hechizando con su Tiki-Taka, pero que en esta gesta demostró que algunas veces el corazón tiene forma de balón y que sin dejar de jugar, se puede ser apasionado para buscar un resultado.
 
Se entiende ahora que aquellas caras largas de los jugadores del Barcelona en el Parque de los Príncipes, cuando el PSG había sellado la diferencia de 4-0, en un partido con baile que encontró al “fideo” Di María en estado de gracia, era el fiel reflejo de la ingratitud que tiene el fútbol a veces, cuando no juegas mal, pero tus intentos se hacen añicos ante errores que cuestan un partido y un jugador rival iluminado. Aquella vez, ese silencio cómplice entre los blaugranas y su hinchada, ante una presunta suerte echada, fue para repensar las cosas más que para reprochar algo. Fue una muestra de adhesión a la causa y un juramento sin palabras que debían marcar un hito en la historia. En estas instancias de Champions, donde los goles valen su peso en oro, este Barça debía pasar del encantamiento a la pelea descamisada y condicionarse a jugar pensando más que en remontar un partido, en defender un honor, obligándose a superar una vergüenza.
 
Me declaro confeso incrédulo y el más testarudo pesimista, que no se quiso sumar a ese ejercicio de fe que hizo el equipo catalán. Tenía claro que para remontar el 4-0 lapidario, el Barça debía jugar para 9 puntos y el PSG hacer un partido chato de 5 puntos. Había que marcar un gol rápido, eficiencia para neutralizar el juego de contra que impone Emery, así como una eficacia letal para llegar a la red, sin dejar que despierte el rival. Una tarea titánica, pero dos partidos no son iguales y los planteamientos técnico tácticos obedecen a las necesidades, a este en particular le sobraban las urgencias.
 
La clave fue el sistema súper arriesgado de Luis Enrique, un 3-4-3 con presión alta desde el inicio, ida y vuelta de Rakitic, los galones de Mascherano, la banda ganada por Rafinha y a Iniesta siendo el ancla del juego. Arriba, la trilogía del gol, Messi, Suárez y Neymar para demostrar que cuando están enchufados, no existe misión imposible, pues aquello que se pinta ilusorio lo hacen viable. La apuesta del todo o nada, la propuesta totalmente distinta al juego de París y un despliegue de energías magnánimo, encomiable para un planteamiento táctico tremendamente temerario. El fútbol moderno tiende a presionar a los técnicos a generar más riesgos en la consecución de resultados, pero se dan situaciones de juego como la de este partido, con un PSG que defiende una ventaja a ultranza y plantea matar de contra, generando mucho más apasionamiento que racionamiento, es cuando se debe apelar a la paciencia, para ir desmadejando opciones, neutralizando al rival en su cancha, presionarle la garganta para quitarle el aire y ser efectivo de cara al gol. La intención y las ganas están siempre para ambos, nadie sale a perder un partido, pero hay momentos que tiene el fútbol, en que por más que se intenta las cosas no salen bien. Esta vez el Barcelona, estuvo glorificado, pues el fútbol le dio la oportunidad de hacer el primer gol empezando el partido y de cerrarlo en el último suspiro. Estado de gracia que le dicen.
 
Difícil, muy difícil va a ser olvidarse de esta grandeza de partido, no se ven muy a menudo este tipo de proezas y uno no deja de estremecerse ante una epopeya de esta naturaleza. Y es que resulta imposible no emocionarse nuevamente al ver los hinchas culés y sus rostros de desesperación y plegaria, que explotan en un Camp Nou desenfrenado, sumido en un éxtasis de demencia colectiva cuando Sergi Roberto estira su propia sombra y pone el botín milagroso, para sellar una epopeya inolvidable y que en el epílogo dejó en el cielo una acuarela pintada de delirio azulgrana.
 
Una gesta que parecía imposible pero que se convirtió en la proeza más grande de la trayectoria de un club como el Barcelona, acostumbrado a ganarlo todo, de la manera excelsa y aristocrática de su fútbol, pero que de seguro le faltaba una hazaña inolvidable de esta dimensión, que traspase su propia historia, su propio legado.
 
VIVA EL FUTBOL!!!