Sigue siendo el Rey

La rivalidad es la semilla del odio y está claro que contra Chile ésta traspasa más allá de lo futbolístico, primero por un tema mental, un antagonismo calenturiento, irracional y hasta discriminatorio. Cada vez que nos toca enfrentar a los del sur, a la mayoría de los peruanos les recorre una extraña sensación de desquite, una oportunidad de cobrarse revanchas afiebradas e incluso algunos dizque líderes de opinión, caen en agravios y escarnios que se salen de contexto y hacen que el pensamiento y deseo por lograr un triunfo futbolístico se transforme en una obsesión perversa de ganar no un partido de futbol, sino de vengar una guerra que solo vive en la mente de gente trasnochada que desparrama odios insensatos y desproporcionales. Por eso es que las derrotas contra Chile, más que decepción, producen un dolor marcado que nos deja una rabiosa amargura e impotencia en el pecho. Algo que resulta para nuestros días una estúpida forma de no aceptar que esto solo es fútbol, que todo queda en la cancha y que la pelota no se mancha.
 
Ir a ganar a Santiago, solo con el argumento de haber hecho un partido meritorio ante Argentina, aferrados a la sangre joven y la actitud, no tenía fundamento serio, si en la carpeta no se llevaba un plan B, algo que sustentara nuestra confianza, un poco sobrevalorada mas por lo inmediatista que se hizo el hincha junto a la prensa, ensalzando en demasía nombres de nuevos jugadores, por la aspiración de recambio y también por ese afán desmedido de remendar una realidad maltratada. Chile no iba bien mas por resultados que por juego, porque de Sampaoli a Pizzi no varió demasiado en su actitud, muy ligado a su identidad, con su planteamiento táctico de triangulación y movimiento del balón de lado a lado, que logra desestabilizar al rival y que genera espacios. Siempre aferrados a esa “intensidad roja”, sello característico al que solo le estaba faltando el gol, siempre martillando y buscando la espalda desprotegida.
 
Un primer tiempo que fue una pesadilla, lo mejor que nos pudo pasar fue que se terminara. Otra vez como en Lima, en la cancha Chile resultó inmensamente superior a Perú que se preparó para enfrentar el partido con vocación optimista, pero no para jugarlo con inteligencia, como se requería. Gareca se tuvo que negar a si mismo mas de tres veces, primero con la presencia de Lobatón, quien juega a una velocidad impropia de una eliminatoria y menos ante un rival que su mejor virtud radica en la movilidad constante. Segundo, con la presencia de Avila que en la lectura del “Tigre” podría desequilibrar por banda derecha y tapar la subida de Beausejour. Lo de Carlitos podría tener sustento en la posesión y generar juego buscando el bombazo a Guerrero para aguantar la subida de los laterales y desequilibrar por el lugar que dejan los centrales que suelen trepar en ofensiva. No funcionó nunca y se vio un Perú descontrolado, impreciso y tremendamente frágil. Chile fue dueño del balón desde el vamos y tranquilamente nos pudimos devorar una goleada de camarín. El 1-0 fue un bálsamo, un rezo escuchado, en verdad que la sacamos demasiado barata. San Gallese y sus benditas manos otra vez.
 
Puede que suene trillado, empalagoso y hasta acusado de perogrullada, pero el fútbol es de momentos, qué duda cabe, aunque no son gratuitos, porque se generan con intención y se provocan con convicción, pero otras tantas suelen estar acompañadas de eventualidades, tan oportunas para unos y decepcionantes para otros. Una jugada fortuita, una individualidad o una ocurrente circunstancia de juego pueden variar un partido, hacer un héroe, un villano o simplemente un personaje que cambia de vida por un momento de gloria. Arturo Vidal, el volante chileno, tan vilipendiado por su arrogante e impopular forma de mostrar su orgullo, de la monarquía chilena, pintarrajeando baños de camarín ajeno, no es un dechado de virtudes técnicas, pero posee una capacidad innata para estar en ambas áreas, sumado a una personalidad tan fuerte que lo hace un crack. No estaba en los planes de Pizzi, se le veía más fuera que dentro de la roja por su indisciplina. Convaleciente, resistido y todo, bastó que esté en el momento oportuno para salir como héroe del Nacional, primero en el testarazo que abrió el arco peruano y en el epílogo, con esa media vuelta genial que normalmente encuentra una pierna, pero paso por entre las de Rodriguez, que hizo quedar mudo a millones de peruanos y logró desbordar la euforia chilena que mantiene intacta su esperanza.
 
Si algo nos hemos adelantado a Chile, es en patentar la frase “Estuvimos tan cerca” otra vez un repunte de actitud, un segundo tiempo memorable, otra vez para el aplauso la entrega, el pundonor, otra vez la rebeldía y la determinación para emparejar primero el juego y después el marcador que pintaban un final feliz y que se perdió en ese cabezazo de Corzo y la ingrata definición de Cueva, que definitivamente cambiaban la historia. Otra vez remar contra corriente, llegar sobreviviendo a la orilla y morir de agotamiento. Otra vez una actuación sobresaliente de Paolo Guerrero, como buque insignia, peleando, aguantando y generando las mejores opciones de gol en el arco de Bravo. Será por eso que su llanto conmovedor en el centro del campo, al final era el llanto contenido de todos, la impotencia y el infortunio que acompaña a otros y que siempre nos castiga sin piedad.
 
Gareca se tuvo que negar a sí mismo, en el final cuando se había logrado la paridad y equilibrar el juego, decide ir por los tres puntos, desprotegiendo el medio arriesga hasta su propio nombre, sacando a Tapia y tirando al Beto da Silva, como la daga asesina que termine con la poca vida del enemigo. Gareca tuvo dos opciones para decidir el destino de la bicolor, mantener el resultado y a partir de ello, buscar ganarlo aprovechando el bajón chileno o decidía ir por todo o nada y pelear a puño limpio. Decide por lo segundo y nadie puede asegurar que pudo tener razón, lástima que una genialidad, decidiera por todos. Y es que es en esa pelea a pecho descubierto que se decide por un golpe, la categoría de los antagonistas termina definiendo el resultado final. Otra vez el “pudo ser”, otra vez lo tuvimos a boca de jarro, pero como otras tantas veces, nos fallo el tiro de gracia, sacar a relucir el instinto asesino y liquidar este karma llamado desilusión.
 
Nos quedamos con las manos vacías –otra vez- el mundial es un sueño lejano y definitivamente imposible, el buscar culpables mediáticos, criticar a los jugadores o pedir la cabeza en bandeja de plata de Gareca no ayuda en nada, eso en lugar de sumar solo crea controversia inútil. Queda mirar el panorama desde otro balcón, relevando que se han conseguido nuevos nombres que hace un año no se tenían en cartera, que hay material rescatable y la sangre joven necesita tiempo y trabajo, para consolidar su talento y generar categoría, para lograr ser competitivos. Hay mucho por hacer y mirar con positivismo las cosas, lamentarnos ante otra derrota ante Chile solo se debe mirar desde la óptica futbolística, estuvimos demasiado cerca de superar a los monarcas de nuestro continente, pero no alcanzó y no nos debe sonrojar –aunque nos duela- reconocer que esta vez ha sido la noche del rey y se llama Arturo.


 

Punto para hacer la Bauza

Resulta difícil digerir este trago, no tanto por el resultado que en realidad ya casi ni importancia tiene, porque estamos tan lejos de la cima, que casi nos vamos acostumbrando a mirarla desde abajo con sentida resignación, pero no es por eso, sino por la forma como se ha dado y sobre todo por cómo ha dejado en la boca ese sabor insípido, desagradable que raspa la garganta que se ha quedado sin voz de tanto gritar en la grada. Contra Argentina, más allá de un partido de fútbol siempre se ha jugado el honor, se ha puesto a prueba cuan atrevido e irreverente se puede ser ante tanto nombre importante, ante tanta historia y fanfarria junta y de paso ganar protagonismo, probándose a sí mismo, cuan grande es el orgullo peruano, para hacerle frente a la adversidad.

Para ganarle a esta Argentina sin Messi, la tarea estaba escrita en la pizarra: Hacer un partido correcto, abrir la cancha y aprovechando que el genio estaba guardado en la lámpara, buscar que el rival se haga largo, que deje huecos en medio y posicionarse para generar juego. La ayuda adicional vino desde el propio banco rival, Bauza imaginó un Perú refugiado atrás y puso más delanteros que hombres pensantes, ideando forzar al error defensivo, pero solo le duró casi media hora, porque después se jugó como lo quiso Gareca, poniendo la bandera en el medio y haciendo visible que le sobraba un delantero al “patón” y otro le faltaba al “tigre”. Una disputa del balón, con vértigo, con entrega, mucha adrenalina, pero demasiada imprecisión. Otra vez el recuperar una pelota para perderla dos veces, acercarse al arco de “chiquito” pero fallando en la instancia final. Otra vez esa falencia de categoría para ser determinantes en el momento justo. Otra vez los errores de pelota parada y las dudas de siempre, otra vez a remar contra corriente.

Y aquí hay que poner en mayúsculas, subrayado y en letras negritas, el nombre de PAOLO GUERRERO. Tan discutido por esos altibajos emocionales que suelen sacarlo de contexto en su equipo, en su ánimo y en su perfomance semanal, pero como se transforma, cuando se pone la blanquirroja, es realmente increíble. Parecía que no terminaba el primer tiempo y salió para el segundo con un nuevo aire. Ganando arriba, jugando, mandando e imponiendo su personalidad con el balón en los pies. Recibe un centro perfecto de Trauco – que ya debe estar en agenda internacional- amortigua como una almohada el balón con el pecho, le pone el hombro a Funes Mori, que queda desairado con su 1.85 mts y 78 kgs, cuenta mentalmente los segundos que le asisten a su instinto asesino y descarga un balazo, certero, en la frente de Romero que yace y sucumbe, junto a su compañero, mientras el “depredador” desata su euforia, mostrando los dedos de pistolero, mirando de reojo su obra consagrada, un pedazo de gol de macho, de CRACK, de Guerrero, como se viste siempre, cada vez que esa banda roja, cruza su pecho escarlata, como si estuviera tatuada a su piel.

La igualdad nos duró, quizás lo que dura siempre nuestra seguridad, o lo que nos alcanza con nuestras fortalezas, cuando mejor se veía el panorama, cuando estábamos a tiro de gracia, a un paso de encender la mecha de la antorcha del triunfo, salió a relucir, esa tan gastada y trillada categoría, patrimonio de otros, falencia de los nuestros. Ese instante cuando se requiere jugar con la cabeza y ejecutar con los pies. Ese momento crucial en que el “Pipita” Iguain, con todos los años y los kilos demás, define como no lo hizo ni en el mundial y la Copa América. Otra vez los miedos, otra vez la decepción, otra vez a rezarle a San Paolo.

Gareca tira toda la carne al asador, Beto Da Silva y su presencia, para forzar la salida argentina y Ruidiaz para quemar el último cartucho. Mascherano, demostrando que es más humano que el Papa Francisco, se equivoca y Paolo arremete al área forzando el penal que Cueva define con categoría y convicción. Se tuvo que levantar la carpa de nuevo, poner los ladrillos otra vez uno por uno, nos tiraron las agujas y el reloj mezquino, corrió más rápido que los jugadores. No alcanzó para más, nos quedamos otra vez desvalidos de resultados, orgullosos más que felices. Otra vez celebrando un empate, otra vez contra Argentina en otro “pudo ser”, acaso y sirva de consuelo que sus medios periodísticos entronizan a un Perú que mereció el triunfo y que sin Messi, sus nombres son fantasmas. Acaso y se vea sustentada nuestra apuesta por esta generación, que parece haber perdido el miedo a competir, sin importar cuán grande sea el rival de enfrente, un equipo que pelea cuando no puede jugar y se rebela más de la cuenta ante lo adverso, un grupo que va entendiendo que si no se puede ganar un partido, se debe hacer todo lo imposible para no perderlo

Hay mas para aplaudir que para consolar. Paolo y su entrega total, Cueva en toda la dimensión de ductilidad, atrevimiento y movilidad, desequilibrando siempre y siendo el eje donde gira el accionar peruano. Trauco, cada día consolidándose como un jugador de exportación, con una clara lectura del juego, vivo para la marca escalonada, rápido para las coberturas, la trepada vertiginosa y con la sutil pegada que tiene con el guante de su botín zurdo. Corzo, tan resistido, pero tan peleador callejero como se necesitaba, con sus limitaciones pero aguerrido al 100%. Por otro lado Tapia y Yotun, sin hacer 8 puntos parejos cumplieron en la recuperación y la salida limpia, Gallese que puede estar en crítico momento, pero igual se infunde de seguridad con la selección. Todos cumplieron en el ensamblaje, nos quedaron algunas actuaciones pendientes, como la pareja de centrales Ramos y Rodriguez, o el “oreja” Flores y Ruidiaz que no anduvieron finos en la definición.

El hincha peruano, ese que no encontraba manera de hacerle frente a la Argentina, se muerde los labios de impotencia y minimiza a esta selección gaucha que sin Messi, parece sin rumbo, le tira adjetivos hirientes, pero no valoriza el buen trabajo táctico hecho por la bicolor, no razona que un equipo juega hasta donde el rival lo permite. Este hincha solo hace caso a su euforia y le cuesta entender que en el fútbol de hoy, hay que ser atrevidos y creérnosla un poco, en no soñar despiertos, claro, pero aterrizar la idea que los partidos contra cualquiera, hay que jugarlos primero y no se pierden antes de entrar a la cancha. El hincha peruano, es consciente que queda un camino harto espinoso y que la cima se ve cada vez más lejos, pero no claudica y vuelve a generarse confianza, se olvida de este sinsabor y de nuevo se llena de patriotismo para soltar sus deseos escondidos. Y es que contra Chile, más allá del tema futbolístico, para los peruanos no solo se juega el orgullo, se juega el honor y hasta la dignidad.