Decime que se siente Argentina

Decime que se siente Argentina, cuando recuerdas ese mano a mano del “pipita” Higuaìn cuando el partido se equilibraba y era el momento oportuno de hacerle un hoyo a esta poderosa Alemania físicamente arrolladora que controlaba el balón, pero no te lograba quebrar futbolísticamente. Quién sabe aquel cabezazo al poste de Höwedes que remecieron los nervios, lo hubiera equiparado, quizás hubiera sido solo una anécdota, quizás no, pero definitivamente a estas horas hubiéramos estado hablando de otro partido, aunque el fútbol dentro de su crueldad, tiene al “pudo ser” o el “hubiera”, como una determinante máxima de no existencia ni validez y resulta una Ley de coercitivo cumplimiento.
 
Decime que se siente Argentina. Cuando recuerdas a Messi que en una de las espaciadas veces que logró escapar de la planificada y cancerbera marca escalonada, no pudo definir como en el Barza ante Neuer y el balón se fue dejándole un beso volado al poste. O aquella última oportunidad de Palacio que se llenó de responsabilidad y nublo sus pensamientos, cuando era más simple hacerse héroe que villano. En ese segundo error que eligió la emboquillada que se fue desviada. Quién sabe la alegría tendría otro antifaz y el jolgorio estuviera por esta parte del mundo. Pero el fútbol es así de impredecible, de imparcial o justiciero, simplemente acepta lo que es y no le importan los lamentos rezagados.
 
Alemania, este monstruo de siete cabezas, el que infundía miedo porque venía recargada por desvergonzar al anfitrión, físicamente más entero, debía planteársele un partido digno, con mucha fortaleza mental y entrega, había que hacerle daño en lo poco que se genere. Alemania que maneja muy bien el balón, con precisión justa y hace los relevos con exactitud cirujana. Que mueve sus piezas con justeza. Había que cederle la pelota juntando las líneas, muy atentas para cortar y salir rápido de contra. Alemania fue dueño del juego, Argentina solo del control. Hasta que se emparejó el trámite con Biglia perfecto, Demichelis y Garay justos. Zabaleta en gran partido y Mascherano más gigante que nunca. El tema fue la definición. Messi siempre proponiendo en lo poco que le dejaban, sin que los demás trasciendan en ataque. El mejor hasta donde estuvo fue Lavezzi, pero Sabella sabiendo la limitación física lo quiso ganar en los 90. Apostó por Agüero y después por Palacio. Ninguno fue solución.
 
Alemania fue más durante el juego. Hummels y Boateng se hicieron una mole y el repliegue rápido de Schweinsteiger, Lahm y Höwedes permitió cerrarle los caminos  a Messi. Aunque no era claro, llegaba con los mismos hombres que defendía. Müller siempre incisivo y peligroso. Con alto rendimiento de Kroos –jugadorazo- y una figura sobresaliente: Bastian Schweinsteiger. El ingreso de Schürrle le dio más velocidad por bandas. Joachim Löw tuvo el ojo justo para determinar el ingreso de Götze, el chico del milagro. Cuando el aliento ya se extinguía vino el centro de Schürrle y ante la marca de Demichles y Zabaleta controló dentro del área y definió sin que el balón toque el piso. Golazo de campeón del mundo. Alemania fue más un equipo que alguna individualidad. Ya no es el equipo del balonazo fortuito, hoy juega y corre exacto pero con mucho vértigo. Una forma de jugar muy difícil de controlar y que el equipo germano lo hizo visible en todo el mundial. Allí puede estar la definición y la justicia de su consagración.
 
El rostro de los alemanes es un todo de jolgorio. Una recompensada forma de recibir lo merecido. Un motivo de dejar explotar a su manera congelada de su carácter, la alegría infinita, esa que fue trabajada y proyectada 10 años atrás con Klinsmann, cuando se trazó la línea del triunfo y que se vio coronada con este campeonato mundial. Hay un desborde de emociones y una justificada satisfacción que se refleja en las caras sonrientes de cada uno de sus protagonistas. Desde Neuer hasta Müller, todos satisfechos y engrandecidos Les faltaba el último paso y se dieron la complacencia de ser la primera selección europea en ganar un título en América Latina y para darle mayor realce, fue en la tierra donde el fútbol es una forma de vida, una expresión natural que se lleva en la sangre.
 
Decime que se siente Argentina, si uno mira a tus jugadores y comparte el dolor que reflejan en sus rostros. Pero es un dolor distinto, tolerable, ese que empieza en la boca, te hace un cosquilleo en la garganta, te roza el pecho y se pierde en el estómago. Han perdido la final de la copa del mundo en el epílogo del tiempo suplementario, dejando el último aliento, pero que se definió en la que menos se pensaba y en la que más daño hizo. Son las cosas que tiene el fútbol, queda el orgullo de haber hecho un partido digno equilibrado y decoroso. Tus cánticos se pueden seguir escuchando, no hay reprendas, no te llevas la alegría completa pero si la satisfacción de haberlo dejado todo.
 
Decime que se siente Argentina, si pudo ser distinto pero uno de los dos tenía que ganar y aunque el fútbol no admite a la justicia como aliado, esta vez el Cristo Corcovado y el mítico Maracaná fueron mudos testigos que el campeón mundial fue el mejor equipo. Aunque ello se haga digerible y se asimile con relativa tranquilidad, deja un halo de serenidad en la cabeza, en esos pensamientos que hacen pasar las imágenes vividas y que no te dejan brotar ningún reproche. Solo te hace morder los labios y disimular una sonrisa que se atenúa moviendo la cabeza de un lado a otro. Se estuvo tan cerca y se quedó tan lejos. Se hizo tanto y recibió tan poco. Se luchó demasiado y se recompensó con nada. Se ha terminado un sueño, se ha culminado un mundial que ha sido el mejor de todos los tiempos, es verdad que nadie recuerda al que queda segundo, pero esta vez hay una razón para apaciguar la tristeza y transformarla en un agradecimiento. Acaso y sea injusto el premio a Messi, pero es mas cierto que él no lo pidió y le importa tanto como la medalla en su cuello, que le recuerda que no pudo levantar la copa de campeón.

Saludemos a un gran campeón y a esta copa del mundo que nos ha dejado tantas alegrías y también tristezas, ese es el poder que tiene el fútbol y por eso nos cautiva y nos hace sentir tantas emociones. Decime que se siente. Que viva el fútbol.
 
 




 
 

Con la Biglia en la mano

Aquel abrazo final de Mascherano al final del partido desfogando en llanto su extenuación, dejando que sus lágrimas de alegría, se confundan con el sudor que parecía agotado en su ser era totalmente conmovedor. La “fiera” Rodriguez había reventado las manos de Cillessen y el “chiquito” Romero le había atajado a Vlaar y Sneijder los penales decisivos. Había motivos para desahogar toda la ansiedad contenida, para liberar las emociones cargadas a mil. Había motivos para estrujar la satisfacción y dejar que el clímax de la alegría se desperdigue por toda la cancha, se suba por esa tribuna caliente, que rugía más enfervorizada que nunca, y su cantico “…es un sentimiento, no puede parar” se escuchara hasta el obelisco, haciendo que su festejo se pierda hasta el amanecer de la ciudad de la furia. La imagen de los jugadores argentinos con los rostros empapados en lágrimas de satisfacción, eran totalmente válidas. Eran lágrimas de hombre, de esfuerzo consumado y de energías agotadas, de cansancio, pero de satisfacción también. Argentina disputará la final contra Alemania. Después de 24 largos años, otra vez a puertas de un campeonato mundial.
 
Argentina para ganarle a Holanda, debía apostar primero por el colectivo, ceder la auto dependencia de Messi como un factor adicional, más no de una prioridad. Todos debían hacer un partido de 8 puntos, un trabajo solidario, para copar el medio, evitar las subidas de los laterales y hacer un sistema estratégico, para dejarlo sin espacios a Robben. Holanda coincidió en todo, sumo la misma cantidad de hombres y cerró la puerta para que Messi no tenga zona libre. El 4-5-1 similar, inamovible de táctica fija. Ninguno quería arriesgar más de la cuenta ni salirse del libreto. El síndrome alemán del 7-1 por un Brasil negligente, había calado hondo en los técnicos. Van Gaal maniató a Messi con De Jon y luego Clasie, más la marca escalonada. Mientras que Sabella, desconectó a Robben, de Van Persie y Sneijder con una marca cancerbera de Mascherano y la toma en postas por donde intentara zigzaguear. Se hizo un partido chato, empalagoso, sin jugadas de peligro en las áreas. Argentina se paró mejor en la cancha, seguro de sí mismo. Holanda sorprendido sin encontrar el rumbo. Ante las ausencias, se potenciaron Biglia y Perez, Lavezzi en los recorridos y atrás Garay con Demichelis muy precisos en los cruces. El partido era difícil hacerlo entretenido, se puso para definirse por un gol de diferencia.
 
Un párrafo aparte merece Mascherano. El “jefecito” fue el líder de la tropa. Un gladiador feroz y un cancerbero intransigente que fue la sombra de Robben, lo mandó a refugiarse lejos del área. Lo que metió el Masche fue monumental, conmovedor, ganando las divididas, poniendo los huevos necesarios y devorándose la cancha. Un león indomable, que ni siquiera ese fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó atontado, pudo sacarlo de la cancha, incluso regresó recargado. Partido de 10 puntos, que con el perdón del “chiquito” Romero que terminó de héroe, lo del “Masche” fue realmente extraordinario y preponderante. Queda en la retina aquel cruce milagroso que le hace a Robben en el minuto 90, cuando el holandés, puso quinta y enfilaba el del triunfo, el botín salvador de Mascherano fue providencial y expiró el único intento claro que pudo darle un desenlace distinto al partido. Memorable la guapeada al “Chiquito” Romero para la tanda fatídica de penales, gritándole a la cara que sería el héroe y que sus manos cambiarían la historia. No lleva la banda de capitán, pero es el líder moral del equipo, por todo lo que infunde y contagia con su entrega descomedida.
 
Argentina ha sido un equipo que ha ido entendiendo en el camino, que la individualidad y la dependencia de Messi, era una vía admitida, pero que debía contemplar un plan alterno, para cuando la pulga, no entre al partido o como ante Holanda, tenga todos los caminos cerrados. La ausencia de Di Maria se ha suplido con Perez en otro estilo, pero ha perdido el vértigo. Biglia ha fortalecido aquello que no brindaba Gago. Se ha ganado el orden defensivo calibrando adecuadamente las suplencias, ha copado más espacios atrás, perdiendo peso el tridente ofensivo. Los detractores insisten en pedir un mejor juego, que se haga más vistoso. Pero poco se analiza, que los rivales planean todo un sistema ajedrecístico, para anular a Messi y si los demás no aparecen, se notan mas las deficiencias. Hay mejora en planteamiento y eso ha alcanzado, hasta hoy, para estar en la final. Pero Alemania es otra cosa.
 
Si a Holanda se le veía como una máquina demoledora, el antecedente de la catástrofe brasileña, auguraba un futuro incierto, pocos apostaban por un triunfo albiceleste. Ha sido el amor y el corazón que le puso el equipo, lo que ha logrado, primero neutralizar al rival y alargar la emoción. Si hubo plan para desestabilizar el bloque argentino y que Robben resuelva, no pudo realizarlo, porque si no se iba a poder definir jugando 10 contra 10, había que poner huevos y el corazón, para aguantar y proponer las pocas que pudieran terminarlo antes. La definición por penales es una suerte de situación extrema que le toca a un jugador, para decidir en un segundo la suerte de su país. La de un arquero, para evitarlo. Una responsabilidad que no a todos los encuentra preparados, por mucho nombre que tengan. Van Gaal ha confesado que ninguno quería patear el primer penal. Messi tomó el balón, se ajustó la cinta de capitán y definió con categoría, para iniciar el camino. Allí puede estar uno de los factores decisivos del comienzo triunfal.

 
Ya está. Ahora la Argentina de Messi tiene la oportunidad como en el 86 y en el 90 con Maradona, de disputar la instancia final de la copa del mundo, con una Alemania, compacta, mejor dotada colectivamente que la hace ver superior. Eso es fundamental en estas instancias. El otro factor es el físico, los teutones están más enteros. Pero los partidos hay que jugarlos y no hay otra opción que meter todo el resto. Ha servido la entrega y el pundonor, pero necesitará nuevamente dejar la piel y la sangre, recurriendo a todo lo físico y místico que le quede. El banco de Argentina ha reservado un lugar para el Papa Francisco y ya tiene lista su camiseta número 13, listo para la disputa de un duelo espiritual con el Papa Benedicto. Mientras tanto en la tribuna, los hinchas argentinos van a acomodando sus ruegos al Messias y el Santo Romero, sus cánticos al Di María y sus deseos a la Basanta, para jugar su propio partido, con la Biglia en la mano.
 
 

Holocausto Brasileño

La historia dirá que hubo un país llamado Brasil, donde el futbol era su esencia, su ADN, su forma de ser. Su gente era feliz jugando descalzo en la playa y correr tras un balón era una manera de expresar su alegría. Desde que nacía un niño, su primer regalo tenía forma redonda y cuando crecía dominaba una lata, un palo o lo que sea. El fútbol se fue haciendo una forma de coexistencia y el olor del maravilloso mar carioca y la hermosa vista de Rio de Janeiro desde el Cristo Redentor, era una postal que iba acompañado con un balón de fútbol. Y nació el deporte rey, el que se desperdigaba por calles, plazas, en la playa. Ver jugar a un equipo brasileño era un canto a la belleza, una forma de expresión de su cadencia y su técnica hecha un carnaval.
 
Y fueron naciendo sus mejores exponentes, los artistas del balón que crecieron del tamaño de su país, que desbordaron las fronteras y hasta llegaron a tener su propio “Rey del Futbol”, a quien llamaron Pelé. Los nombres se fueron sucediendo y escribiendo en la historia. Desde Garrincha y Didí hasta Rivelino y Tostao. Desde Zico y Socrates hasta Romario y Bebeto. Desde Ronaldo y Ronaldinho hasta Kaká y Roberto Carlos. Su selección fue denominada el “Scrath” y fue ganando torneos mundiales hasta hacerse una potencia del futbol. Sus equipos trascendían en el firmamento futbolístico y sus jugadores, eran un dechado de virtudes técnicas. Su destreza fue valorada en el mundo, porque mantenían un estilo único y privilegiado. Fue denominado el “jogo bonito”. Ese que encandilaba, que subyugaba de placer y lograba levantar copas mundiales.
 
Pero un día el futbol cambió y se modernizó con la globalización. Se fue convirtiendo en un negocio y fueron apareciendo los profetas irreverentes del futbol. Los revolucionarios, enemigos de la gambeta, de las piruetas y del juego bonito. Eran los asesinos encubiertos que venían a este planeta fútbol, para matarlo, para enarbolar su bandera del “Solo sirve el resultado” y “Hay que ganar como sea”. Y los brasileños les creyeron. Fueron convencidos que para seguir ganando títulos, no debía tener jugadores, sino atletas o robots. Y entonces crearon un hibrido de jugador, lo pintaron de verde y lo denominaron Hulk. Tanto se creyó el argumento de eliminar su imagen de futbol vistoso por uno más práctico y creó un ejército de jugadores mecanizados, cuyos modelos referenciales tenían el nombre de Alex y Fred. Quiso imitar el estilo europeo y desperdigó a sus jugadores por ese continente. Pero como una forma de previsión, guardó un solo espécimen, que llevaba el ADN original y es el único sobreviviente de la esencia misma de jugar que tuvo Brasil. Su nombre es Neymar. 
 
Y Brasil fue bendecido para organizar su propio mundial, donde mostrar su nueva faceta, su nueva forma de jugar, su moderno y actualizado modo, más acorde con los tiempos. Lejos del arte, su esencia natural y más cerca de un estilo prosaico concordante con su nueva camada de futbolistas. Se hizo un equipo que peleaba más de lo que jugaba. Su “clonados” no daban resultado y tuvo que rendirle culto a su Dios joven, Neymar. Era su mejor enviado, su carta de triunfo. Pero los tiempos cambiaron para el futbol, cada nación potenció sus virtudes y corrigió sus defectos. Brasil solo borró su identidad, quiso hacerse un equipo resultadista. Quiso ser igual que los demás. Dejó su sabor, su sandunga y perdió su alegría. No hizo una mixtura de fortalezas y habilidades, solo eliminó su espíritu de artista, para hacerse más materialista.
 
El destino le dio el primer cachetazo, quitándoles a Neymar. Y tuvo que disputar la semifinal de su propio mundial, con su gente, con su pueblo. Sin su joya más valiosa y sin Thiago Silva, encomendados a lo que David Luiz, el nuevo caudillo, pudiera infundir en este equipo. Al frente estaba la tremenda selección de Alemania. Un conjunto compacto, dúctil, con un trabajo concatenado de años, que trabajó el potenciamiento de sus jóvenes figuras, para lograr ser más que un equipo, un plantel sólido en todas sus líneas. Alemania fue la otra cara de la medalla. A su estilo rígido, disciplinado y altamente competitivo, le agregó una pizca de malicia. Unos toques de picardía, de esa esencia natural muy sudamericana y que por ejemplo Brasil, estaba dejando de lado. Y se hizo fuerte de mente y de cuerpo, una preparación física excepcional, lo hacían un poderoso candidato a llevarse la copa, de la casa del país anfitrión.
 
Y llegó el día que el mundo del fútbol recordará para siempre con congoja y también con rebeldía. Alemania sin ser una fiera amenazante, despedazó a este Brasil, presionado y “obligado” por un pueblo, para convertirse en un monstruo de siete cabezas. Fue muy temprano que empezó esta aniquilación. Pelota parada, una delicia alemana, un equipo que maneja bien las dos áreas. Pérdida de marcas y Muller asesta el primer latigazo. Lo que vino después es inexplicable, inaudito, absurdo, fuera de cualquier raciocinio. En menos de seis minutos fatales Brasil, el Pentacampeón mundial, en su casa, frente a su gente, había recibido cuatro goles más. Un 5-0 que sonaba a vergüenza y humillación. La fortaleza alemana sin hacer mucho esfuerzo, aplastaba una inoperante defensa brasileña que lucía descaminada, vacía, sin vida. Lo que vino después solo produjo indignación, irritación, desilusión y un inmenso dolor en todo el mundo futbolero. Vino el sexto y el séptimo, de una Alemania que era despiadada y cruel. Cada gol alemán era una puñalada al orgullo, al sentimiento. Es cierto que Alemania era superior en todos los frentes, pero un 7-1 final tiene ribetes de tragedia, incluso mayores a las del famoso “Maracanazo”, pesadilla que aunada a esta, son para perder el sueño por mucho tiempo. Scolari asume toda su culpa y con mucho de razón. Quiso ser resultadista, imitar a los próceres del anti futbol, prendiendo las velas de la esperanza a Neymar y colocando un grupo de acompañantes sin perfil adecuado para ser protagonistas. Una vez ausente, la luz principal, todo se quedó a oscuras.
 
El futbol, tiene estas cosas que duelen pero dejan un aprendizaje. Hoy hay un pueblo destrozado anímica y moralmente, pero el fútbol no acaba aquí, el balón seguirá rodando, deberá levantarse de su resignación, recomponer el sufrimiento y repotenciar su materia prima, hacer una mixtura de talento y músculo para recuperar esa identidad que tanto orgullo le brindó. Aunque será imposible de olvidar, las imágenes de esos niños que llenaban su vaso de gaseosa con sus lagrimas o los “meninos” que se sacaban sus máscaras de Hulk y las tiraban al piso. Será difícil olvidar los rostros de desgracia en todo un pueblo que respira fútbol. Será difícil de echar a la espalda, esos seis minutos malditos, que generaron este holocausto brasileño, que nos dolió a todos.
 

 

Costa Rica, a puro dolor

Jorge Luis Pinto, En medio de la tensión del segundo tiempo extra y con el 0 a 0 en el marcador, se acerca a Arjen Robben y lo abraza cariñosamente. Le conversa al oído y le hace un mimo que el veloz delantero holandés, responde con agrado. Uno pretende leerle los labios “Vamos Robben, colabóreme, usted es uno de los mejores del mundo, ya ganó todo, déjenos ganar algo” parece decirle el DT Colombiano a lo que el holandés responde mimoso, en un español perfecto: “Profe, con todo respeto, esto es un mundial y quiero ser campeón, pero me la está haciendo muy difícil”. La imagen de ambos abrazados, bromeando como viejos amigos, dio la vuelta al mundo y dejó una postal para la eternidad. Robben, dijo una gran verdad que puede hacerse realidad, pero acaso y Pinto no es consciente aún de lo que ha ganado, de lo que ha dejado, para un pueblo que vivió enfervorizado lo que nunca en su historia. Desde el más humilde tico, hasta la más alta esfera del gobierno, estuvieron viviendo un sueño, impensado, irreal, pero que los hizo felices hasta que la ingrata realidad que tiene el futbol, los hizo despertar.
 
Holanda, en el lógico pensamiento de los que aún creen en los equipos superiores y los inferiores y la necia potestad de profetizar resultados, en base a las estadísticas, suponían que el conjunto tulipán debía aplastar al equipo de Pinto y pensar en su próximo rival. En el papel y la cancha debió ser así, pero el futbol hoy más que nunca, sigue siendo un cúmulo de circunstancias, de momentos, generados para ganar, pero que no siempre tienen una lógica o la medición de las mismas te garantizan un resultado exacto a lo calculado. Hoy, ya no existe equipo mejor ni peor. Solo uno superior en cada partido, por aprovechar los momentos justos. Cada partido es totalmente diferente de otro. Se ganan partidos por categoría, los que se hacen difíciles y por jerarquía, aquellos confundidos, trabados. Costa Rica es una muestra que en el futbol de hoy, no por ser más grande, se es más poderoso y que en un segundo puede variar la historia de un país, con todo y su leyenda.
 
Cuando un arquero tiene notoriedad en un partido, es porque el rival está generando ocasiones de gol y está respondiendo a las exigencias. Pero cuando un arquero empieza a tener importancia al límite de la proeza y su papel toma un papel protagónico elevando su actuación a la imagen de un titán, estamos hablando, primero que el rival está avasallando su arco y segundo, que el arquero se ha convertido en un superhéroe. Keylor Navas, vino a este mundial, con la misma humildad que su selección. Pero si Costa Rica estaba peleando a puño limpio con Holanda y le había sacado sangre de la nariz, en gran parte se debía a la grandeza de su actuación. No fueron casualidad las felinas atajadas y los arriesgados achiques, amen de los penales atajados, para clasificar a los “ticos”·y estar a punto de dar el batacazo mundialista. Acaso y lo acompañaba a veces la fortuna y los maderos, otras el ojo de halcón que lleva incorporado. Pero Navas tapó todo, hasta lo inimaginable. Parecía que en ese arco no entraría nada.
 
 
Pinto leyó el partido antes de jugarlo. Fue la disciplina táctica, la que lo hizo equilibrado. Holanda usando siempre el contragolpe y teniendo a Arjen Robben, la saeta asesina, poniéndose el equipo al hombro, laborioso y siempre peligroso. Asustando siempre con su fútbol, su zigzagueante amague, su velocidad y desborde. La zaga “tica” quedo pintada de amarillo, ante tanta falta para frenarlo. Holanda lo buscó por todos lados, de todas las formas. Con variantes para abrir la cancha y hacerse vertical. Sneijder, Robben y Van Persie la tuvieron, pero los postes repelían sus remates de gol y Navas era una mole, un muro impenetrable. El tiempo extra fue de infarto, vibrante, por la forma como aguantaba estoicamente Costa Rica. Con garra, con sudor, con una entrega desgarradora, inmolándose todos, conmoviendo al planeta. A Holanda solo le quedaba una forma extrema de liquidarlo y era a través de la pena máxima.
 
En plena taquicardia, cuando se extinguía el tiempo extra y las fuerzas se apagaban. Costa Rica pudo escribir una página inédita en la historia de los mundiales. Ureña frente al arquero Cillessen define mal y la respuesta holandesa, fue un tiro al madero de Sneijder. En la definición de los doce pasos, fue vital Van Gaal cambiando de portero. Entró Tim Krul, un especialista en atajar penales, por Cillessen.
 
Las dos atajadas memorables, clasificaron al equipo tulipán. En los penales Krull, fue la estrella. Navas, solo siguió siendo el superhéroe, sin recompensa.
 
Encomiable, conmovedor y sufrido. Así fue este tremendo partido donde el equipo tricolor, entregó el alma, el sufrimiento y mucho corazón. El equipo de Pinto, terminó de pie, con la cabeza en alto, con el orgullo encendido y contagiando su espíritu luchador. Será difícil que se vuelva a repetir tamaña actuación. Costa Rica se ha ido del mundial, pero todo el planeta en forma de balón, se identificó con la humildad de este equipo, con sus jugadores, con su técnico. Los “ticos” nos enseñaron que por proezas como esta, seguimos amando el fútbol, será porque se valoran más en el alma y nos dejan una alegría eterna en el pecho, cuando se logran, a puro dolor.
 

Es un sentimiento, no debe parar

Nada que ver con “Pipita”, fue un pipa grande, fue Gonzalo Higuaín. El goleador esperado, el que se asumía extraviado. Recogió un desliz belga y sin darle tiempo a que reaccione nadie, ni el locutor desgañitado, ni el flash de la foto y mucho menos el arquero. Sobre el trayecto desorientado del balón, le dio de lleno, con el alma y la rabia contenida. Gol argentino, el de la tranquilidad para el equipo y la paz interior para un goleador que amenaza estar de vuelta. Y fue el del triunfo, pudo haber otros, pero era el necesario, el que significa que Argentina se haya metido a semifinales después largos y penosos 24 años.
 

Y el partido lo gana Sabella desde el banco. Avizorando que el buen juego belga, pasa primero por hilar al medio y descargar por las bandas, para buscar con centros, superar defensas en base a la estatura de sus atacantes. Fue inteligente el “Pachorra” para poner a Demichelis, antes cuestionado y hoy aplaudido. Para ganar por arriba y buscar la salida con pausa, balón bien jugado. Biglia por Gago y el recojo continuo de Lavezzi y Di María, junto a Masherano para copar el medio. Generar incomodidad para jugar a Bélgica, que es un equipo de conjunto y al no tener espacios, pulsó a meter pelotazos y buscar un milagrito. Lo que saltaron Demichellis y Garay, ganaron todo. Bélgica no propuso marca escalonada y especial a Messi, pensó en neutralizar a los receptores y aislarlo a Leo. Pero como lo dijo Sabella, Messi no podrá figurar de manera individual en el partido, pero lo que trasciende, para generar juego, encarar y mover defensas es notable. “Es el agua en el desierto, el que refresca la tierra seca. Apuntó el DT que esta vez, acertó en lo táctico y funcional.
 
Y el logro requirió más esfuerzo del que aparentemente se vio. Hubo trabajo de equipo, hubo que renunciar a la Messi-dependencia para hacerse más corto, correr más de la cuenta, hacer los recorridos voluntariosos, pero desgastantes. Sacrificar la imagen ofensiva y mostrar un poco más de carácter, para recuperar el balón para que sea la hora que aparezcan los demás. Lo nombres de Demichelis, Pérez, Basanta, Biglia, que eran más de recambio, se sumaron a una sola idea de grupo. Por eso hubo un equipo argentino recortado, luchador y solidario, que hicieron ver un Bélgica, insípido, inexpresivo de pecho congelado que solo apeló al bombazo frontal buscando al grandote Fellaini. Se hizo un partido chato, es verdad, pero era la única manera de neutralizar a este rival y en este partido. Presión al medio, sin tirarse atrás del todo y sin olvidarse de generar futbol. Allí radica el mérito. El 4-3-3 original, el que se acomodaba más fue un 4-5-1 por momentos, un sistema más conservador y más aguerrido también, que intentó generar futbol, siempre desde la zurda de Messi o su socio preferido Di María. Lástima que se perderá lo que reste del mundial. Una baja importante, pues el “fideo” en este equipo resulta insustituible.
 
En estas instancias del mundial, se juega más con perfil conservador. Para Argentina, había una razón incondicional de pasar a cuartos. No se trata de dejar de lado lo futbolístico, pero era demasiado el tiempo transcurrido y de alguna manera se perdonaban las formas, era trascendental cumplir con los siete partidos. Se generaba un punto de inflexión, de sinceridad, no pasar nuevamente hubiese sido fracaso. El marcador se quedó estrecho. Un 3-0 pudo ser tranquilamente la consecuencia de un colectivo que superó lo individual. El “pipita” se generó una clarísima que definió mal y Messi en la última, de contra y con un tramo largo que lo dejó solo frente a Courtuis, decidió por la sorpresa antes que el regate. Las piernas pesaron en la decisión y perdió el duelo personal que no logra superar. El uno belga, se lo gritó en la cara. Luego el instante de susto, cuando Garay salvó la única clara de Bélgica. Por eso la alegría del final, con los jugadores revoloteando sus camisetas, arengando a la gente que no paraba de cantar.
 
Argentina, celebra y contagia el cantico de su gente en la tribuna, que se desborda por las playas brasileras, por un país que respira futbol por los poros, que ahora le queda una durísima prueba, nuevamente Holanda en semifinales. Un equipo dúctil, laborioso y tremendamente ordenado tácticamente y con un Robben en su mejor momento de madurez. Hay cuatro días para prepararse, no queda mucho ya para celebrar, el partido contra Bélgica, ha sido una prueba palpable, de que resulta una forma válida para utilizar contra el dificilísimo equipo tulipán. La consciencia de equipo mostrada, la entrega mancomunada, será un factor para asumir este nuevo reto. Messi y compañía saben que se encuentran ante una oportunidad histórica. Argentina por ahora como dice su cántico, es un sentimiento, que no puede ni debe parar, por eso quiere y debe ir por más.
 
 

El dolor de tu ausencia

Los brazos abiertos de los jugadores brasileños al final del partido contra Colombia, denotaban alegría pero una bronca debajo de la camiseta. Hay sentimientos encontrados. Por un lado, su paso a cuartos de final y por el otro, la pérdida de Thiago Silva por suspensión -no estará frente a Alemania- y Neymar, su estrella rutilante, quedó fuera del mundial por una fractura de vértebra, ante una entrada alevosa de Camilo Zúñiga, que aunque disculpe su torpeza y disimule su alevosía, le entró de manera desleal. Es cierto que no pudo saber que iba a pasar, pero la intencionalidad, es la que queda sujeta a la censura. La manera como golpearon a la joya brasileña desde el partido con Chile resulta indignante como conmovedora.
 
Los amantes del fútbol, los hinchas y todo el que siente un apego por ese “Scratch” que juntaba extraterrestres que hacían hablar al balón y eran embajadores del “jogo bonito”, hoy sienten que algo se perdió en el tiempo. Y es que el fútbol moderno trajo consigo un apego por la eficacia y el jugar bien, ya no es un privilegio de la inventiva, de la inspiración o de la estética. Hoy más que nunca mandan los resultados, por encima de todo concepto romanticista y en esa vorágine transformadora, Brasil no ha sido la excepción. Hoy ese fútbol que deleitaba al mundo con su magia, esos jugadores que ganaban los partidos divirtiéndose y extasiando a la tribuna, lamentablemente ya no existen más. El deseo por ganar mutó a una obsesión por no perder.
 
Brasil ya no gana los partidos como antes porque era Brasil, hoy los debe trabajar más, los debe luchar más. Los rivales ya nos son los mismos, hay un equilibrio de fuerzas. Antes se podía hablar de simple trámite, hoy cuesta más, incluso al Pentacampeón. Brasil ya no tiene un Romario, un Ronaldo o Ronaldinho, hoy al margen de Neymar, que es un crack en pleno crecimiento, los más significantes están atrás. Thiago Silva y David Luis son las armas para defender y para atacar. Resultan jugadores de ambas áreas, señal que el futbol ha evolucionado. El factor esfuerzo colectivo prima por el individual. Sus emblemas del futbol arte y efectividad solo son fotografías.
 
Colombia, no fue el mismo seductor. Se le vio tímido, retraído, parecía no tener la letra del verso bien aprendido. Tartamudeaba nervioso, no completaba el mensaje. Hoy debió salir convencido de poder ganarle a Brasil, pero de una manera irreverente, conchuda, imitando a Chile quizás. Pero le ganó la intimidación, se sintió menos, desde que vio como Fernandinho –jugó un partidazo- se devoraba a James, que Cuadrado y Teo no podían hacer dos pases seguidos y Thiago Silva junto a David Luiz, se veían como unas montañas inexpugnables. Hoy Scolari acertó con el planteo táctico. El trabajo de Oscar y Hulk eran negados de vistosidad pero ayudaban la misión de aislar a James del resto, hacer que sus pensamientos no tuvieran sintonía y el circuito se haga Cuadrado. Puso a Maicon, que está dos escalones más que Dani Alves en músculo y velocidad. Neymar entre algodones, hasta que estuvo en la cancha no trascendió, pero jaló marcas escalonadas.
 
El primer gol fue figurita repetida. Corner pasado, una primera cabeza para descolocar y arremetida por el otro extremo. Silva fue esta vez el que abrió el marcador y el partido se hizo demasiado obvio. No despertaba Colombia y James, luchaba contra lo adverso de la marca y la poca asociación. Brasil neutralizaba, lo tenía del cuello a Colombia que daba manotazos desesperados. Algo debía de pasar para tranquilizar. Fue David Luiz, en otra pelota parada. Se perfiló para meterle un fierro abajo, pero le salió un tiro monumental, que rasgo una barrera mal formada, superó a Ospina y en un rincón, dibujó un pedazo de gol. Su grito desaforado fue una postal al desahogo. A esta nueva forma de ganar brasileña.
 

Los últimos 20 minutos fueron de James Rodríguez, crack total, que a puro orgullo empujó a una Colombia que se acordó de lo que hizo para estar en esta instancia. Arrinconó al “Scratch” lo puso contra las cuerdas golpeando sin descanso. Hasta conseguir la jugada del penal de Julio César a Bacca. En otro partido le correspondía la roja al portero. James con “paradinha” incluida puso el descuento y escribió su nombre como goleador del mundial. La reacción tardía de Colombia, dio la impresión que pudo haber hecho más. Aunque Brasil acabó pidiendo la hora, en un final de agonía, luchando más que jugando, lo ganó por un factor valioso en el fútbol llamado jerarquía. Los cafeteros jugaron contra el tiempo, pues cuando te hacen un gol tempranero, el reloj se convierte en el jugador número 13. Brasil fue superior, que duda cabe.
 
Igual Colombia nos ha dejado a los Ospina, Bacca, Quintero Zapata, Cuadrado y Ramos, sonando fuerte, de cara al futuro colocho. Por eso en el final, las lágrimas de James y el consuelo por David Luiz, fueron conmovedoras. La ovación para este talentoso que deja el mundial, fue una retribución justa, por todo lo que dejó en el verde.
 
Ahora Brasil espera a Alemania en una final adelantada. Ahora necesita ser más grande, encontrarse consigo mismo, con su identidad. Scolari ha podido aprender a llorar de angustia y felicidad, pero ya no le queda otra oportunidad para seguir predicando, que este Brasil ya no es el mismo de ayer, porque intenta ser uno diferente.

Ahora hay un sabor amargo en la boca que no permite digerir esta victoria. Neymar, la joya mas valiosa, el que soñaba con ganar este, su mundial, en su casa, con su pueblo, fue sacado a mansalva y no estará para pelear con sus compañeros. En medio de esta algarabía por clasificar a cuartos de final, hay una amargura que se hace indignación y recorre la garganta, de un país, de un planeta que respira fútbol sin violencia. Puede que sea una razón para que el equipo brasileño se haga mas fuerte y tenga un motivo para engrandecer el espíritu y salir a ganar en su nombre, aunque por dentro exista ese dolor irreparable que produce su ausencia.
 
FORÇA NEYMAR
 

 

Germano Löw

Lo que es el fútbol. Siempre se terminan cumpliendo los preceptos que lo hacen una pasión de multitudes. “Goles que no haces…goles que te hacen” reza la frase que acompaña las oportunidades que se presentan en un encuentro y que si no son aprovechadas cuando te tocaron, en su momento, después te arrepientes, pero en la mayoría de casos, tiene efecto retardado y hace más daño a la tribulación de no haberla aplicado, pero ya resulta irreversible. Francia salió dispuesta a resolver temprano. Creó dos situaciones de gol claras. Ninguna las aprovechó y Alemania, sin despeinarse, hizo un gol y manejó el partido a su antojo. Ya está en cuartos y esperando pacientemente el día del partido con Brasil.
 
El equipo alemán es muy compacto en sus líneas, pero este equipo en particular, tiene una peculiaridad, es como si calentara de a pocos. Los equipos que lo atacaron en los primeros 15 minutos, con orden y vehemencia, le llegaron bien, pero no resolvieron. Esta Alemania es como esos asesinos que se ven amenazados, si solo logran herirlo, es mejor que recen, los va a liquidar sin compasión. El tema pasa porque posee un plantel rico en musculo y talento. Tiene un arquero A1, que es un libero más que alivia el trabajo de sus centrales Hummels y Boateng los que a su vez cubren con rapidez las espaldas de los volantes centrales Khedira, Kroos y Schweinsteiger, Lahm es un defensor con vocación creativa, tanto por banda como el centro. Ozil es un enganche que aunque no luce su mejor juego, es incisivo y generoso para cubrir los espacios. Arriba está Muller, un caza recompensas, un loco suicida que no duda en resolver con la vida misma esas pelotas que parecen perdidas.
 
Solo bastaron 13 minutos para con una jugada trabajada, pero que tuvo complicidad de la defensa gala, hizo el primero y después sin muchos lujos, apelaron a la seguridad en líneas y la precisión del pase justo, para mantener el balón el mayor tiempo posible en campo rival. Mats Hummels tiene una versatilidad bárbara para mostrarse en las dos áreas. Marco de cabeza y defendió hasta cuatro mano a mano de alto riesgo. Miroslav Klose jugó 69 minutos, pero no logró marcar. Sin embargo, el peso que dio al ataque alemán fue muy necesario para desequilibrar a la defensa. La primera parte fue un control total del balón de Alemania con esporádicos avances franceses. Los volantes germanos, plagados de buen toque, llevaron el balón desde el medio hacia las bandas intentado abrir a la defensa francesa. Mucha importancia tuvo ahí el despliegue de Müller y Klose a las espaldas de la defensa gala.
 
Desde un primer momento, los dirigidos por Didier Deschamps se vieron sometidos al manejo de pelota del mediocampo rival. Algo que se fue acrecentando a partir del tanto de Mats Hummels. Recién sobre el final de la primera parte tuvo una chance clara Valbuena, bien tapada por el arquero alemán. En la segunda parte pasó poco. Los teutones le cedieron la iniciativa a los galos, que no tuvieron la inventiva necesaria para complicar a una defensa que, a diferencia del encuentro ante Argelia (mucho tuvo que ver Hummels), estuvo siempre bien ubicada. Sobre el final, Lloris le tapó a André Schürrle un contragolpe que era para liquidar la historia.
 
El partido pudo tener distinta historia, si no es porque Manuel Neuer, le tapó el remate a quemarropa a Karim Benzema a segundos del final que decretó el triunfo con justicia, no porque haya sido mucho más que su rival, apenas le alcanzó con entender qué era lo que había en juego. Por la historia, los germanos eran los candidatos, y en la cancha lo demostraron porque le hicieron sentir a su rival que eran mejores. Así, los dirigidos por Joachim Löw se metieron en la cuarta semifinal seguida en Copas del Mundo.
 
El tanque alemán debe resolver algunos temas pendientes de cobertura en defensa. Brasil tiene la particularidad de ser vertical y abrir la cancha y jugar a meterse por bandas y resolver con la puñalada al área. Alemania es sólida en sus líneas y sus jugadores parecen experimentados. Le viene una prueba ante el anfitrión, casa ajena para ellos acostumbrados muy poco de visitar tierras latinas, aunque hoy en día se puede observar que han fusionado muy bien el estilo propio europeo, con la técnica sudamericana. Se espera una final adelantada, una prueba de sobrevivencia donde solo uno de los dos quedará con vida.
 
 
 

El Angel de la guarda

Que sufrimiento por Dios. Qué manera de padecer, de apretar fuerte el corazón para que no se desboque, para que no se paralice. Se había intentado todo, se había entregado todo, no hubo juego es verdad, pero el desfogue final borra de un plumazo todo y se hace un abrazo. Cada argentino estuvo en estado de coma, hasta el instante final, pasando por ese arranque fenomenal de Messi y la definición fantástica de Di María.
 
Pasar del éxtasis al espanto en menos de dos minutos. Aquella pelota que pega en el palo con Romero resignado. El palo de Dios, qué duda cabe, su enviado el papa Francisco estaba con la camiseta argentina, como un defensa mas y le puso el pie derecho.

 Se sabía que iba a ser difícil. El relojito suizo marcaba un 4-4-2 con desdoble que se convertía en un 4-5-1 y por momentos cerraba la puerta con todo el equipo adentro. Cerco perimétrico para Messi, taponar los extremos para evitar el desborde de Di María y Lavezzi, aislando al “pipita”. No había lucidez para elaborar juego, mucha fricción, corte oportuno y relevos sacrificados. Suiza estuvo perfecta, atrás, sin fisuras, desde Benaglio -un arquerazo- hasta Ricardo Rodríguez, un lateral prolijo y los centrales Djourou y Schaer oportunísimos. Inler y Behrami, los perros de presa sueltos, lograban que argentina sume frustración tras frustración en casi todo el partido. Shaqiri poseído y Xherdan creaban zozobra. Las más claras fueron suizas. Xhaka primero obligando una salvada del “chiquito” y el horror de Drmic para definir ante el portero. Que difícil se hacía todo. Que padecimiento era mirar el reloj y el tiempo que se hacía enemigo y el otro reloj, el suizo, que no se paraba nunca. 

Angel Di María de niño fue muy inquieto, incontrolable, a sus padres les aconsejaron que haga algún deporte, para calmarlo. Decidieron que juegue al fútbol. Y desde los tiempos en que repartía carbón de niño con su viejo hasta hoy, nunca paró de correr. Es un Forrest Gump del fútbol, un predestinado para estar siempre en movimiento y haberse convertido en el “hijo del viento”. Lo que jugó y lo que corrió Angelito, cuando no encontraba la sociedad de Messi, lo intentaba por izquierda, por derecha, con el perfil cambiado. Generando las diagonales errando el destino final, pero haciendo figura al portero suizo. Lo propuso, lo ambicionaba. Pasa por su mejor momento y quería ser protagonista. En la posesión de balón y las posibilidades de gol, Angel fue el mas más incisivo, incluso en mayor proporción que Messi, vigilado por una jauría de mastines, que le mordían los tobillos, cuando intentaba siquiera pensar en moverse. 

Tuvieron que pasar 110 minutos de padecimiento. En el único yerro suizo en salida apareció el que viene de otro planeta: Lionel Messi. Cuando ya las fuerzas estaban hecha añicos, hace una corrida memorable, en un salto con vallas desbordando rivales para cederla al “fideo” que define de manera deliciosa, exquisita y estupenda, logrando que el rio incontrolable de la tribulación, se desborde en éxtasis total. Angelito lo gritó con el alma y lo dedicó a Mía, la nena que le tronó la cabeza hace 14 meses, su hija querida que estaba en la tribuna, mirando como la montaña de fervor argentino, aplastaba de felicidad a su padre. Estuvo cerca de hacer un gol de antología, cuando Benaglio se había ido con todo su equipaje a buscar el empate milagroso. Empate que no llegó, porque simplemente pegado al palo del arco de Romero, debió estar algún ángel de la guarda.
 
Hace cuanto que no se veía un partido de mundial con este final tan conmovedor y delirante. Pasar de la felicidad al infarto. Del júbilo a la conmoción, de la calma a la tormenta. Qué manera de desquiciar los nervios. La corrida de Messi y la definición del “fideo” de seguro pasaran a la historia, no tanto por el rival, que hizo un partido digno, sino por el contexto y los momentos vividos. Suiza era el débil que se hizo fuerte y sano, pero más que por capacidad propia, fue por la falta de variantes de juego argentino. Le cuesta demasiado al equipo del “pachorra” pasar de ser horizontal a vertical. No tiene un par de jugadores del nivel de Di María, Gago no se engancha del todo, el “pipita” ha sido buen acompañante, pero no está diez puntos. Fuera el Kun, Lavezzi, sigue estando mejor como sex simbol. En los minutos finales se vio un equipo acalambrado, mermado físicamente, ello es fatal pensando en instancias mayores. Seguir con la vela prendida en Messi, puede que sea una simple forma de alimentar en el rezo, la fe y la confianza, pero en el fútbol de hoy, cada vez se hace más lejana la idea que solo se puede ganar con la camiseta y a veces y solo a veces con la historia debajo del brazo. 

El cántico del “decime que se siente” dedicado para los brasileños, hoy le cae perfecto para cada argentino, que ha sufrido excesiva y desproporcionalmente en esta parte del mundial. Terminar de rodillas y rezando el Ave María para que se termine el tormento, no es el mejor escenario para un equipo que aspira ser campeón, pero si alguna vez se dudaba que existiera la suerte en el futbol, ahora deben haber más creyentes. El anhelo de cada argentino que deseaba con fervor que se siga cantando su himno en el mundial, se hizo un eco en todos los amantes del fútbol, que quieren seguir admirando a este extraterrestre llamado Lionel Messi. Un fenómeno que aparece con un poder celestial para cambiarlo todo. Esta vez las plegarias fueron a la virgen y el aplauso para Di María, porque ganar con sufrimiento también sirve. Por esta vez argentina respira y sigue viva, porque cuando el papa y el Messias no podían lograr el triunfo, llegó un ángel del cielo para salvarlos.