La verdadera pasión

Diego tiene 10 años y hoy va con su familia al Estadio Nacional. El chico desde que tiene uso de razón, ha escuchado en su casa hablar de un solo equipo: El Muni, del cual él no tuvo mayor referencia, pero que empezó a querer, casi como una forma condescendiente con su familia. Siempre escuchaba a su abuelo Alejandro, el patriarca de la familia, contar cuando solía ir a ver al “Cholo” Sotil  con la abuela Sara, cuando eran enamorados, aprendiendo juntos a profesarle una devota admiración, que se hizo parte de sus vidas, en una foto que se hicieron con el “Cholo”, después de muchos años y que el niño siempre miraba con curiosidad en el velador de noche.
 
A Diego, nunca nadie lo obligó a ser hincha y mucho menos a profesar una pasión desmedida, siempre escuchaba como sus amigos del barrio y el colegio defendían a capa y espada su hinchaje por la U, Alianza o Cristal, pero se sometía a la burla chacotera cuando le preguntaban de quien era hincha y él muy orgulloso, decía “soy del Echa Muni”, aceptando de buena gana las carcajadas de sus compañeritos, que no comprendían porqué era hincha de un equipo por demás desconocido.
 
Diego aprendió a sentir apego por la franja viendo sufrir y gozar en la cancha a su abuelo y su padre. No entendía porque a veces, sollozando, buscaban sus bracitos para compartir un estrujón interminable, consolando sus lágrimas de tristezas y otras de alegría. Creció asistiendo a estadios que no eran los mismos que iban sus amigos, pero fue haciendo fuerte el apego con su abuelo, quien le contaba sus historias de fútbol. Por eso esta vez en que se celebraba la “Noche de la pasión Edil” el ambiente era propicio, para volver a sentir esa camaradería de la gente vestida de edil. La sonrisa cómplice de alguien que no conoce y los gritos de aliento de una indesmayable “banda del basurero” que siempre le llamó la atención y hoy se emocionaba cuando entonaba el silbido característico que compartía con su abuelo.
 
Bryan fue siempre un fanático del fútbol, un hincha desmedido de la U. Su primera camiseta la tuvo el día que nació, se la regaló su tío Ramiro, otro flemático apasionado crema, que en su juventud fue un futbolista frustrado. Bryan creció en un entorno violento, lleno de carencias y solo pudo cursar el tercer año de secundaria. Su vida fue tranquila, pero estuvo vinculada entre los amigos del barrio que crecían con él, alimentando odios ajenos para los que hinchaban por los rivales. Fue muy temprano que empezó a frecuentar, las barras bravas, los grupos que desataban la violencia cada vez que asistían al estadio. El nunca atacó a nadie, pero era un observador pasivo.
 
Los padres de Bryan, perdieron el control y su adolescencia fue encaminada por los malos amigos. En su barrio de SJL los grupos de barristas eran su hábitat, fue forjando una pasiva posición ante la violencia y el vandalismo. De día era un chico que trabajaba repartiendo papel higiénico, pero en las noches, buscaba asociación para ser cómplice de un bandolerismo y agresión mutua, que en ocasiones le costaron más de un susto. Su madre le pidió muchas veces que se apartara de esos grupos, pero su pasión desmedida o su falta de carácter para decidir lo mejor, le impidió entender que una madre siempre tiene la razón.
 
Diego salió del estadio feliz. Su familia sonreía y comentaba que había pasado una noche especial. El fútbol y su amor por el Muni, los había vuelto a unir, su abuelo y sus padres se habían reencontrado con viejos amigos hinchas, que lo hicieron enternecer, cuando vio abrazos sinceros y una confianza inigualable.
 
-Abue y tú crees que este año subiremos a primera?- Preguntó el chico con una interrogante marcada en la frente.
 
-No sé hijo, eso solo lo sabe Dios y los jugadores, pero lo que es cierto, es que nuestra pasión siempre es de primera- Respondió el veterano hincha con una sonrisa que iluminó el rostro de su nieto.
 
Bryan no regresará a casa. En un enfrentamiento confuso, por la disputa de unas entradas, un supuesto barrabrava que enarbolaba la misma bandera del mismo club, le descerrajó un balazo, sin ningún miramiento y le quitó la vida. Recién había cumplido los 19 años, era un joven como tantos, que se dejan llevar por desadaptados que utilizan el fútbol para dejar salir sus frustraciones y hacer de la violencia un medio de lenguaje. Bryan ya no tendrá el aliento que su club requería y tampoco llegará a su casa para recibir las súplicas de su madre María. Hoy es otra víctima más de esta realidad que nos aterra, pero que no podemos darle la espalda.
 
Son realidades opuestas es verdad, pero no se trata de cual es mejor ni cual es peor, tampoco de ser caviar o pragmático. Se trata de la vida en toda la extensión del derecho que tiene toda persona y que hoy nuestro jóvenes, muestran un total desapego e irrespeto. Puede que el análisis se haga por lo sucedido en la calle, pero quien sabe y la verdadera violencia es la que se esté creando en este segundo, en cada uno de esos hogares disfuncionales que cría un chico desorientado que no encuentra mejor compañía que lo que tiene a la mano. Lastimosamente para unos, el fútbol solo resulta un pretexto y para otros un medio para involucrarse y vencer sus temores y sus escondidos complejos.
 
Las recetas hoy son de todos los matices, desde las más sesudas hasta los más radicales. Lamentablemente se siguen creando malos precedentes y no se trata del color de una camiseta, de una banderola o un escudo, tampoco de un fanatismo desmedido. Hay que ponernos la mano en el pecho y preguntarnos cuanto nos distrae la apología disimulada, que nosotros mismos aceptamos, haciendo que barrabravas se hagan “ídolos” de la TV, cuanta exposición mediática hay con las previas y antes que el fútbol, se priorice el morbo y los bandidos que cuentan chistes de alto calibre. Cuan racional resulta afirmar que “El hincha de mi equipo nace, no se hace” y lo vestimos con su primera camiseta, sin que entienda lo que sucede. Cuanto de pasión afiebrada inyectamos en nuestros hijos, cuando no somos tolerantes ante una derrota y no aceptamos que el fútbol es un juego. De pronto, exista un trasfondo social detrás, pero también hay una asolapada complicidad nuestra por delante.
 
Nuestro fútbol se hace más pobre cada día, cada vez menos familias asisten a disfrutar un partido de fútbol, sin que tengan que estar pendientes de la puerta de salida, para que el pitazo final los encuentre lejos del caos. Los padres no queremos asumir el riesgo de que unos delincuentes disfrazados de barristas, que caminan sueltos por las calles, lastimen a nuestra familia. Ayer se hizo una advertencia a la defensa de la vida por encima de cualquier fanatismo, cuando sentenciaron a los asesinos de Walter Oyarce, pero hoy el fútbol nuevamente se ha teñido de sangre y mañana se buscará la justicia que no devuelve la vida. Ayer fue uno de Alianza, hoy de la U y mañana puede ser cualquiera, incluso de nuestro propio entorno. La condena es contra la violencia, pero acaso y el más condenado injustamente, resulte siendo el propio fútbol.
 
 

Gracias por existir

Partidazo. Para recordarlo siempre. Cada Derby es una alegoría al fútbol, puede ganar cualquiera de los dos, una vez Barcelona otra Real Madrid, incluso hasta en la igualdad son los partidos que paralizan el planeta y para los amantes del buen fútbol, resulta siendo un bálsamo para terminar la semana contento del espíritu. Y es que solo cuando se apuesta por jugar sin mezquindad resultadista, el fútbol se transforma en un concierto de goles y pasiones.
Queda demostrado que los números y las estadísticas o los buenos momentos que pasan los equipos y hasta los jugadores, se puede esfumar en 90 minutos. Las estadísticas son meros datos referenciales, porque cada partido es una nueva hoja de este libro llamado fútbol. El Real venía avasallador, contundente, con un CR7 hecho un animal, un definidor imparable, un Benzemá efectivo y un Bale destructor con una bazuca en su botín, llegaba mejor que este Barza del “Tata” que no cuaja del todo, porque es como ese amor que se fue y que se compara con la que está de turno. Juega a lo que puede hacer Messi, con una dependencia marcada, a falta de la regularidad de Xavi o de Iniesta, para encontrar su mejor juego o sus futuros reemplazantes. Este Barza cuestionado que a los tumbos levantaba cabeza y debía definir su futuro inmediato en este Bernabeu que gozaba el clímax de una segura victoria.
 
La voluntad de ir por el triunfo le puso la sangre caliente a los dos, ninguno aflojó, ninguno fue mezquino, para proponer juego. Y se vino una secuencia de goles ante la desnudez de las defensas. Pudo ser distinto el marcador, el Madrid después de recibir el primer golpe, arrinconó al Barcelona. Las subidas de Di María eran una daga filuda y el olfato de Benzemá, más la potencia de CR7 se acercaban a la red, pero son estos partidos donde se ve la real capacidad de las individualidades y su trascendencia en el juego. Ronaldo le podrá ganar un balón de oro a Leo, cuando el argentino baje la guardia, pero no le puede quitar esas inmensas ganas de hacer del fútbol un deleite, apareciendo en los momentos claves para definir, jugar y hacer jugar a sus compañeros. Para meterse en la historia con otro record en una noche mágica, memorable, logrando tres goles en la casa del enemigo íntimo, sobrepasando los números y siendo la figura excluyente de este clásico que puso nuevamente al mundo de pie.
 
Y también dan ganas de hacer una campaña mundial, una oración eterna, para que Iniesta nunca abandone el fútbol, que ese toque de lujo y esa capacidad de ser un titiritero refinado no se acabe nunca. Ganas de proponer que todos los partidos que tengan esta categoría sean premiados con 10 puntos adicionales a repartir equitativamente. Ganas de que todos los DT que pierden, sean como Ancelotti que no busca pretextos ególatras y solo habla de los errores futbolísticos que ocasionaron el resultado. Deseos y sueños utópicos que se hacen enemigos de la realidad. Y es que el fútbol fue inventado para jugarlo, para disfrutarlo y disputarlo en buena ley. El resultado será siempre una consecuencia, de ideas y planteamientos previos, pero por encima de todo, de una propuesta de juego.
 
No hay reproches para el vencido. Fue partidazo porque la secuencia de los goles y jugadas emotivas fueron mayores que las acciones polémicas Y uno se engancha cuando siente que ninguno merece perder, que cualquiera que gane resulta indiferente, que cualquiera sea el resultado, hay un aplauso que nace del alma, para agradecerle a los dos por tremendo espectáculo. Goles, penales y jugadas de alto nivel, emoción en cada arco, hacen que el tema técnico táctico, quede para el análisis posterior, para cuando ya todos estemos más reposados, para cuando nos queden ganas de hablar de lo estadístico, numérico y estratégico, por ahora solo es tiempo de disfrute.
FUTBOL, gracias por existir.