La gran revancha bávara

Que el fútbol ofrece revanchas, es una gran verdad. Así como ofrenda oportunidades y se hace amable con las circunstancias, también se hace mezquino con la justicia y se vuelve tirano con los merecimientos. Pero siempre vuelve a dar una nueva chance. Para reivindicar algún pasado y devolverle la sonrisa a alguien que la perdió alguna vez. Para alguien que en algún pasado, tuvo que masticar el sabor amargo de la desilusión por propia cuenta, por un error para nada intencionado, pero que dejó la huella de una infame culpabilidad.

Tremenda final que regalaron este Bayern Munich con la etiqueta de favorito, que lo marcaba en la frente con una presión adicional y el Borussia Dortmund, con la cara lavada, sin ningún peso en la mochila, que salió a devorarse la gloria desde el pitazo inicial. No había pasado media hora y ya los de amarillo habían logrado que Neuer se hiciera figura descollante, salvando un remate de Lewandowski con sello de gol y otra de Blaszczykowski que hizo parecer que no entraba nada en su arco. Un primer acto intenso, con un Dortmund entregado, prepotente y atrevido. Un Bayern maniatado, soltando latigazos esporádicos y buscando una tregua para darse un respiro.

Cuando hubo calmado el temporal amarillo, era hora que los más cuajados para este tipo de partidos, aparecieran. El protagonismo se fue para el arco de enfrente. Weidenfeller pasó a ser el héroe, con atajadas notables, poniendo el cuerpo y el alma en cada salida. Una lucha de poderes que obviaban los lujos y sacaban a relucir el trajín, la bravura y ese vigor propio de los equipos alemanes. El desgaste y los impulsos, mermaban las fuerzas, ocasionaban los errores. El balón tenía que entrar a un arco, nadie lo decidía aún en el verde.

La historia tenía guardada una versión especial para la definición. Al Bayern lo acompañaba la sombra de tres finales perdidas. Tres intentos vanos de vestirse de gloria habían desdibujado la estampa de campeón al equipo bávaro. Arjen Robben, llevaba a cuestas un pasado negro en instancias finales con la camiseta de su selección. Este partido se parecía tanto al que perdió en Sudáfrica, aquella vez que Casillas le puso el pecho y le negó la dicha de ser bendecido por el triunfo mundial. Cuando Weidenfeller le sacó con la cara un gol cantado, los fantasmas volvieron a aparecer para el holandés. El alargue se veía venir y los miedos y desconfianzas otra vez empezaron rondar. Para el Bayern otra final en suspenso y para Robben, temeroso de volver a fallar, de volver a sentir otra vez, la misma pesadilla.

Pero por eso, se dice que el fútbol da revanchas. Robben, primero llega al fondo en una jugada donde pone ese típico desdoble veloz que lo deja, siempre con su mejor perfil. Un instante demás, para sacar la puñalada asesina que hace cómplice Mandzukic y pone el botín en la raya. Era el 1-0 de la gloria, el que marcaba el rumbo distinto, hasta que el error grosero de Dante, dejó en la pena máxima que el alargue sea una posibilidad flotando en el aire. Weidenfeller era el titán, sacando el gol a Schweinsteiger y su compañero Subotic, el partner especial ahogando en la línea lo que provocaba Muller. El reloj, se tiraba desde la tribuna para ser protagonista.

Había una línea delgada, entre esos dos minutos finales y la espina clavada que tenía Robben. Era una noche especial para el holandés, era un día especial para el Bayern. Cuando el epílogo tocaba la trompeta, apareció el diferente. Vapuleado y crucificado por su pecaminoso individualismo, torturado por su pasado indigno y su disfraz bizarro de ególatra, pero que estaba destinado a entrar por la puerta de la grandeza. El holandés se inventó un desdoble, previo taconazo fantástico de Ribery, se metió al área y amagó como siempre, en ese desequilibrio de su perfil cambiado, para soltar un toque mordido, vagabundo, que se fue metiendo despacito, saludando a la tribuna y que dio tiempo que los del Borussia, se tocaran la cabeza con angustia. Robben se había tomado la revancha y con ella, hizo que el Bayern cobre su propio desagravio y sea dueño de la orejona, después de 12 largos años.

El fútbol ofrece recompensas, qué duda cabe. Robben ha entrado en la historia, después de haber pasado por el calvario de ser un jugador vapuleado, amado y odiado a la vez. Una muestra que la grandeza de un jugador no se mide por lo que dice o deja de decir y menos por su forma de sentir el fútbol. La grandeza de un jugador, radica en hacerse fuerte para revertir su pasado y a veces, y solo a veces, cuando en el verde, es capaz de torcer la historia, inventándose un golpe de gracia, con un simple toque sutil, que desata una locura descomunal. Robben dejó atrás una maldición fatídica y el Bayern apunta a ser potencia y ganar todo. Tiene el dinero y la gloria en sus manos, esta revancha ha rehabilitado su pasado memorable. El Pep Guardiola aguarda iniciar un nuevo ciclo, a proponer su propio sello, pero desde ya, tiene la vara bien alta.

Esta final de Champions League fue toda una fiesta. Desde la majestuosidad del Estadio de Wembley, hasta la caballerosidad teutona, para jugar un partido de fuste con el respeto y la energía enfundada en la piel. Con esa intensidad y vértigo compartido que originó una lucha de fuerzas parejas, que se definió cuando apareció la habilidad de alguien vapuleado, pero que hoy demostró su grandeza. Un gran campeón de Champions, un privilegio para Claudio Pizarro, una alegría para compartir todos los peruanos.