Desgarrado corazón

Aquella mañana se pintaba diferente. Era el desayuno de un sábado distinto, con un solcito tibio que entraba por la ventana y se posaba en un lado de la mesa, donde Walter jugueteaba con la miga de pan y sonreía ante la mirada de su padre que lo contemplaba con la misma devoción de siempre. Era sábado de fútbol, día de clásico, él aliancista consumado, alcanzó a soltar una arenga que la familia lo tomó como todas sus locas reacciones que tenía para afrontar la vida misma. Muy a su manera, muy a su antojada forma de vivirla. Este sábado para Walter Oyarce, era distinto a otros días. De solo pensar que estaría en el Monumental alentando al equipo de sus amores, un raro escalofrió premonitorio le recorrió el cuerpo. Era sin saberlo siquiera, un día diferente, extraño y hasta insólito. Era el día para enfundar como tantas veces su camiseta blanquiazul y partir al estadio. El celular lo distrajo un momento. Era el amigo entrañable de corazón crema con quien tenía una amistad a prueba de pasiones futbolísticas y con quien también tenía una apuesta pendiente.

Walter era hincha de Alianza y de esos que vivían los partidos intensamente. Tantas veces se había quitado la blanquiazul y se puso la blanquirroja Tantas veces se sumó a la “banda del Basurero” para alentar al Muni por el que sentía simpatía familiar. Tantas veces estuvo en la tribuna, como este sábado, en que unido a sus amigos, se colocó en el palco 128 de este Monumental que lucía abarrotado de locos desenfrenados que coreaban cánticos y enarbolaban banderas multicolores. Muchos rostros de ceño fruncido y gritos pelados, desaforados e intimidantes. Estaba tranquilo, Alianza, venía entonado, era líder y le brindaba confianza de irse triunfante de este estadio donde se sintió que no era bienvenido.

Dicen que los clásicos no se juegan, se ganan y en la tribuna se vive otro partido. Desde su lugar, Walter pudo ver como su Alianza, salió temeroso, dubitativo a enfrentar a una U atiborrada de circunstancias adversas en su interna, pero no parecía importarle a la hora de jugar. Alianza era una sombra, un espejismo. La U era un vendaval de entusiasmo. Rainer Torres -como en sus mejores momentos- puso un balón para que Vitti, pegue el testarazo letal que hizo explotar la tribuna. Walter impotente y en silencio, tuvo que soportar que los vecinos vestidos de crema le enrostren su desatada locura. No había reacción de los íntimos y la estaban sacando barata. Falta contra Vitti y penal para la U. El 2-0 sería una bofetada para los aliancistas, pero el argentino en lugar de encender el show, la hizo de Shaw y falló. Vendría la igualdad del “Búfalo” Ovelar y una tranquilidad a medias. Cuando ambos bandos resignaban una igualdad injusta, Morel mete el balazo que cruzó el área y se incrustó en el corazón de los hinchas íntimos y desató una demencia incontrolable en la gente merengue. Un primer tiempo primoroso de la U y una definición bárbara pintaron de color crema este nuevo clásico.

Walter, se pensaba ir del estadio, convencido que en el fútbol, ser eficiente tiene que ver con lo que sabes hacer y ser eficaz, es poner en práctica lo que eres capaz de hacer. Pero no pudo salir de su ubicación, porque el pitazo final sonó a un toque del silencio. Unos delincuentes disfrazados de hinchas se metieron al palco donde estaba con amigos y familiares. Defender su integridad, le costó el inevitable enfrentamiento contra estos desalmados y alienados barristas que no satisfechos de la barbarie ocasionada, lanzaron su cuerpo al vacío, en una muestra de crueldad extrema, salvaje e inhumana. Walter cayó al pavimento y escuchaba a lo lejos aún los gritos de la hinchada. Su mirada se fue perdiendo en el firmamento y los latidos de su corazón aliancista se fueron apagando. Su camiseta se fue desgarrando, manchada en su sangre, tan ajena de esta bestialidad incomprensible que trastoca el sentido común y que tiño de tragedia, un episodio que debió ser futbolístico, pero que ya tiene antecedentes de violencia extrema, que parecen ser incontrolables.

De aquí en adelante cuesta hablar de fútbol. Porque se hace necesario hacer una obligada reflexión y un mea culpa. Quizás todo tenga su origen en el hábito de engendrar la violencia en el nombre del fútbol, al sentirse hincha de Alianza o de la U. Crear desde el vientre una rivalidad antagónica, diciendo que en casa se nace crema o blanquiazul. Sentir que el compadre es un mal necesario y saludarlo siempre con el dedo medio extendido. Mirar al clásico rival como un enemigo mediático y hacer de la desgracia ajena un regocijo para la ironía y la burla permanente. Encender las pasiones con tanta insania que el deseo de muerte ajena se haga permanente. Y quien sabe este odio gratuito haya sido alimentado, por dirigentes impresentables y personajes obesos, que hicieron de la provocación una oda a su propio ego decreciente y sus actitudes matonescas y lumpescas, tengan aún seguidores.

El padre de Walter no podrá contemplarle los ojos más a su hijo y solo acaricia el recuerdo de sus 24 años de alegres locuras. El amigo de Walter nunca podrá cobrarle su apuesta y solo abriga su amargura en una lágrima que la comparten todos los que amamos el fútbol y aborrecemos la violencia. Ahora saldrán los que sancionan y los que critican, los que tienen la solución en la palma de la mano y los que juzgan sin sentido, sin pensar que pasados los días todo volverá a ser como siempre y como nunca. Porque son los mismos que encienden el caldero de la intransigencia, en el nombre del equipo de sus amores.

Hoy fue uno de Alianza, vestido de blanquiazul, mañana será uno vestido de crema y pasado mañana, puede que sea uno de los nuestros. Acaso y valga la pena, que tanta emoción perturbada le ponga precio a una vida humana, como para seguir sintiendo orgullo por la pasión a una camiseta. Descansa en paz Walter, resulta imposible hablar de fútbol, porque tu muerte injusta, nos ha dejado a todos con el corazón desgarrado.