Una crema a pedir de Boca

El camino al Monumental se hizo largo para el padre y sus dos hijas que tomadas de la mano entremezclaban sus emociones con la muchedumbre de fanáticos pintados de crema que marchaban con sus cánticos y arengas elevando al máximo la adrenalina. Erick, es de esos fanáticos cremas que no se hicieron hinchas fervorosos, ni necesitaron ser incentivados por la historia de su club, porque vinieron de cuna y nacieron con ese estigma. Sus hijas Valeria y Francesca han heredado con creces esta devoción y este día resultaba demasiado especial. Ataviados con sus colores, esperaban que la sangre nueva de Universitario, el equipo juvenil que había dejado atrás al clásico rival en la ronda de penales, entrara a la cancha de este templo crema a disputar la final de la primera Copa Libertadores Sub-20, ante un grande de América: Boca Juniors. Un partido de chicos, vestidos con la camiseta de los grandes, pero con mucha hambre de gloria.

La fiesta estaba en la tribuna, con toda la gente ansiosa, pero confiada que la unión de tantas gargantas y de tanta fuerza junta, debía ser la causa y efecto para lograr el objetivo. El cántico repite sin descanso que la copa es una obsesión. Erick y sus hijas se abrazan y el coloso ruge desaforado. Valeria, se persigna y Francesca aprieta los puños con fuerza. Abajo en el verde, Javier Chirinos, hombre acostumbrado al perfil bajo, lanza la última arenga y se encomienda a la confidencia de este presente, de esta gente de pecho merengue que ha llenado la grada y desgañita su aliento, como un huracán de buena vibra que va bajando a la cancha, para impregnarse en cada dorsal de estos jóvenes valores, que tienen en sus pies, la tarea de escribir su propia historia.

La primera explosión llegó cuando Boca se hacía superior y parecía inexpugnable. Cuando los miedos iban haciendo descolorar a la confianza. Cuando la U se supo menos técnicamente, pero se hacía magno en bravura. La disposición desde el banco tenía como prioridad, el orden táctico y la paciencia. Pero el valor agregado, ha sido –qué duda cabe- el aliento de la tribuna, en cada balón dividido, eran 45 mil almas que gruñían la jugada y lograban intimidar al rival. Ese primer gol de Ampuero, hizo reventar el Monumental y logró arrancarles las primeras lágrimas de emociones al padre y sus hijas que abrazados los tres, disfrutaron de su alegría, que les duró lo que dura el entretiempo y dejó poco espacio para la euforia. En el fútbol, si ves a tu rival superior, debes ser lo tamañamente inteligente para no arriesgar más de la cuenta y ser ordenado tácticamente, pero cuando te toque hacer daño, no debes sentir remordimientos. Partido parejo, estaba para cualquiera. La U pudo liquidar, pero las manos del buen golero argentino, fueron como molinos de viento que jugueteaban con la angustia de los hinchas, que miraban el reloj con impotencia y las manecillas, solo devolvían una realidad que desesperaba las inquietudes.

El silbato final, dejaba nuevamente la encrucijada cruel de la definición por penales. Otra vez a sentir la adrenalina al tope y a soportar ese nerviosismo que recorre el cuerpo y que hace temblar las piernas. Una vez más, a apretujar el escudo crema contra el pecho y aferrar todo el fervor a la confianza. Y es que el tiro de los doce pasos -aunque se diga lo contrario- para el hincha suele ser una especie de lotería, una dosis de sufrimiento adicional, que acelera sus corazones en cada disparo. Erick y sus hijas, se abrazaron a la fe, como todo el estadio, como todo el Perú que palpitaba de pié. La pena máxima fue ejecutándose y cada gol convertido era un cántico enfervorizado, cada instancia adversa era una puñalada a la inquietud. El disparo final fue de la U y fue el del campeonato. El júbilo se apoderó de todos. El Padre y sus hijas, compartían su regocijo, saltando enfervorizados, destilando su amor y compartiendo también sus lágrimas, pero de alegría infinita. Un abrazo final, logró unir sus corazones y su inmensa satisfacción, por haber vivido un momento inolvidable.

Hoy que la resaca de los hinchas de Universitario aún está fresca y sus rostros tienen un brillo especial, se nota un halo de felicidad y regocijo en el ambiente y no es para menos. La U ha puesto en su vitrina la primera Copa Libertadores Sub-20. Un galardón significativo, que tiene como mayor mérito haberse logrado en momentos de zozobra institucional, con un ambiente interno, resquebrajado y espinoso. Un título que le viene bien al fútbol peruano, porque ha sido gestado por un puñado de jovenzuelos sin nombre en el firmamento futbolístico, pero que han unido a esa sangre joven llena de ilusiones y expectativas, esa marca registrada que tiene la U llamada GARRA.

El padre y sus princesas, regresaron abrazados a su hogar. Para ellas ha sido una experiencia maravillosa, haber compartido con su padre una pasión infinita por el fútbol y el equipo de sus amores. Han podido secarse las lágrimas de felicidad y darse mil abrazos de complacencia. Erick, va a llevar tatuado al corazón, este recuerdo imborrable, por todo lo vivido. Valeria y Francesca, aquella tarde, decidieron prepararle una rica torta a su padre como retribución por la remembranza del estadio, de la gente y de todas las cosas que aún permanecían en sus cabezas. Entre la tertulia de sus frescos años y de su creciente fervor por la camiseta crema, recordarán por siempre esta tarde de domingo, que vivieron a mil, su primera Copa Libertadores y la tortita con la inscripción de la U CAMPEON, que estuvo acompañada de una rica crema de merengue, que les salió, a pedir de Boca.