La Santa Paciencia y la Dignidad

Era una tarde linda para ir al estadio. Solcito tibio y un extraño presentimiento que nuestros sentimientos se iban a encender más de la cuenta. El Monumental lucia colmado de gente. Un marco especial para una definición del fútbol peruano. Al margen que en la cancha, se enfrentaran un equipo repatriado de Copa Perú, con jugadores que cargan la mochila de los años y un kilometraje honorable, que le permitió marcar diferencias en el medio local. Por el otro lado, un equipo sin hinchas, pero con una organización envidiable, una estructura sólida y ojo clínico para contratar. Los grandes del fútbol, léase Alianza, la U o Cristal, esta vez, les tocó, adormecer su cansancio, estirar las piernas en el sofá y prender la TV, para consolar sus desaventuras, lejos de la cancha y muy cerca de la resignación.

Un ambiente caldeado por el epílogo de Huánuco en la ida, dejaba fuera de la final al que de lejos, pelea para ser considerado el mejor jugador del torneo: Gustavo Rodas. Pero un fallo descabellado de una comisión de impresentables, le daba al argentino, una carta debajo de la mesa, para que pueda estar en el verde. Y la gente huanuqueña, asistió entusiasmada al estadio. Llevaron a sus hijos y sus esposas, su familia entera, listos todos para la fiesta. Su mejor jugador, estaría iluminando sus esperanzas, que en tierra ajena, los llevaría a festejar y llenar sus corazones de alegría. Había muchas razones para unirse en un puño y entonces, llenar la grada era la consigna.

Franco Navarro, fue mi ídolo desde aquella vez que con su chompa de colegio, llegaba al entrenamiento del Municipal y mientras nuestros ímpetus juveniles, soñaban con estar un día con la franja en el pecho, él a sus 16 años ya se fajaba con los mayores, de igual a igual. Llegó a ser un goleador fenomenal a punta de carácter y mucha calidad. Aquel golazo ante Chile en Santiago y el baile a Pasarella en el Nacional, fueron íconos para guardarle un cariño especial. La vez que Camino, lo partió delincuencialmente, lo sentí en el alma. Cada vez que podía lo saludaba, como un hincha más, pero en el fondo le guardaba una profunda admiración. Le puse su nombre, a mi hijo mayor, como mi mayor homenaje.

El “Maño” Ruiz, es un viejo campechano y un zorro viejo del fútbol. Con su pergamino mundialista, llegó a la San Martín pidiendo refuerzos, pero lo convencieron que trabaje con lo que había. El Barco, estaba alineado y solo bastaba la mano del capitán. Con un plantel rico y una infraestructura digna de cualquiera que se tilde de entidad deportiva, le bastó aceitar la máquina y mantener un estilo propio a su manera de ver el fútbol. El equipo santo, fue de lejos el mejor, por méritos propios, pero también por defectos de los demás.

Dicen que los equipos, juegan según el técnico que tienen. El León, hizo de la experiencia un valor agregado. Navarro le puso su carácter y los grandes su sapiencia. Con un Rodas bárbaro para el desequilibrio y arriba, el colombiano Perea, un jugador realmente extraordinario. Franco, encontró la mixtura exacta para hacerse fuerte en cualquier escenario. El “Maño” encontró en el “Churrito” Hinostroza, el eje principal. Es de andar pausado, pero veloz de pensamiento. Ha conseguido que Vitti, Alemano y Arriola, le den ese toque rioplatense, de velocidad, sorpresa y gol. Pero si hay algo que identifica a este San Martín, es esa serenidad, para jugar, correr y esperar el momento oportuno. Una especie de frialdad y sabiduría, al servicio del fútbol, hoy convertida en la Santa Paciencia.

Ayer Franco Navarro, hizo una demostración de hombría y dignidad. Convenció a su gente, que hay códigos que se juegan en el fútbol y deben cumplirse dentro de la cancha. Dejó en el banco a Rodas, para demostrar que la pelota no se mancha y lo que se hace mal fuera del verde, no debe influir para sacar ventaja, de manera vil y descarada. Se jugaba un campeonato, pero con ese gesto, ya había ganado el partido de la decencia.

Ayer estuve en el estadio y terminé con los sentimientos encontrados. Franco Navarro, hoy es más ídolo que nunca y mi admiración traspasa las fronteras de una cancha de fútbol. Ayer lo vi sentido, acongojado y quebrado por dentro, pero feliz, porque se fue del monumental con la cabeza en alto. Hizo un acto de dignidad y valentía, que no muchos, podrían tener los cojones de hacer. Y el “Maño” Ruiz, es un viejo querendón, tan amable y buena leche. Físicamente, se parece y me recuerda tanto a mi viejo, que cuando lo vi disfrutar del triunfo, no pude reprimirme en compartirlo y abrazarlo con cariño.

Ayer, fue una tarde donde por cosas del destino, Navarro se encontró con el “Maño” y dejó en claro que siempre se aprende de los grandes. Una tarde, en que ambos aprendieron una lección: Si queremos cambiar el fútbol, debemos cambiar todos. Una tarde en que no pude repartir con equilibrio mis sentimientos. Una tarde de fútbol, donde se encontraron la paciencia y la dignidad.